Sumario
Cronología de San Francisco
ORACIONES
Oración ante el crucifijo de San Damián
Alabanzas del Dios Altísimo
Bendición al hermano León
Exhortación a la alabanza de Dios
Paráfrasis del Padre Nuestro
Alabanzas que se han de decir en todas las horas
Oficio de la Pasión
Saludo a la bienaventurada Virgen María
Saludo a las virtudes
Cántico de las criaturas
CARTAS
Carta a todos los fieles
Primera redacción
Segunda redacción
Carta a las autoridades de los pueblos
Carta a los clérigos
Carta a toda la Orden
Carta a los custodios
Primera carta
Segunda carta
Carta a un ministro
Carta al hermano León
Carta a San Antonio
AVISOS ESPIRITUALES
Admoniciones
La verdadera y perfecta alegría
TEXTOS LEGISLATIVOS
Regla no bulada
Regla bulada
CRONOLOGÍA DE SAN FRANCISCO
1181: Nace Francisco Bernardone (Juan) en Asís.
1203: Francisco va a la guerra y cae prisionero.
1204: Larga enfermedad. Comienza el cambio.
1205: encuentro de Francisco con el Leproso y con el Crucifijo de San Damián.
1206: Se dedica a la atención de los leprosos y repara San Damián.
1208: Escucha el Evangelio y clarifica su vocación. Primeros hermanos. Primeras misiones y predicaciones.
1209: Aprobación verbal de su forma de vida.
1210: Se instalan en la Porciúncula.
1212: Francisco recibe a Clara en la Porciúncula.
1215: Concilio IV de Letrán.
1217: Primer Capítulo. Nuevas misiones.
1219: Francisco predica al Sultán en Damieta.
1223: Aprobación bulada de la Regla. Navidad en Greccio.
1224: Entre el 15/8 y el 29/9 Francisco hace una cuaresma en honor de San Miguel y RECIBE LAS LLAGAS.
1225: Compone el Cántico de las Criaturas. Cauterización de los ojos y desmejoramiento.
1226: Compone el Testamento de Siena. Redacta el Testamento.
1226: Muere Francisco en la tarde del 3 de Octubre. Sepultura el 4 de Octubre.
1228: Es canonizado el 16 de Julio.
ORACIONES
ORACIÓN ANTE EL CRUCIFIJO DE SAN DAMIÁN (ORSD)
¡Oh alto y glorioso Dios!,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla tu santo y veraz mandamiento.
ALABANZAS AL DIOS ALTÍSIMO (AlD)
1 Tú eres el santo, Señor Dios único, el que haces maravillas (Sal 76,15).
2 Tú eres el fuerte, tú eres el grande (cf. Sal 85,10), tú eres el altísimo, tú eres el rey omnipo-tente; tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra (cf. Mt 11,25).
3 Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses (cf. Sal 135,2); tú eres el bien, todo bien, sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero (cf. 1 Tes 1,9).
4 Tú eres el amor, la caridad; tú eres la sabiduría, tú eres la humildad, tú eres la paciencia (Sal 70,5), tú eres la hermosura, tú eres la mansedumbre; tú eres la seguridad, tú eres la quietud, tú eres el gozo, tú eres nuestra esperanza y alegría, tú eres la justicia, tú eres la templanza, tú eres toda nuestra riqueza a saciedad.
5 Tú eres la hermosura, tú eres la mansedumbre, tú eres el protector (Sal 30,5), tú eres nues-tro custodio y defensor; tú eres la fortaleza (cf. Sal 42,2), tú eres el refrigerio.
6 Tú eres nuestra esperanza, tú eres nuestra fe, tú eres nuestra caridad, tú eres toda nues-tra dulzura, tú eres nuestra vida eterna, grande y admirable Señor, omnipotente Dios, misericor-dioso Salvador
BENDICIÓN AL HERMANO LEÓN (BenL)
1El Señor te bendiga y te guarde;
te muestre su rostro y tenga piedad de ti.
2Vuelva a ti su rostro y te conceda la paz.
3El Señor te bendiga, hermano León (cf. Nm 6,24 - 27).
EXHORTACIÓN A LA ALABANZA A DIOS (ExhAlD)
1 Temed al Señor y rendidle honor (Ap 14,7).
2 Digno es el Señor de recibir la alabanza y el honor (cf. Ap 4,11)
3 Alabad al Señor todos los que le teméis (cf. Sal 21,24).
4 Salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo (Lc 1,28).
5 Alabadlo, cielo y tierra (cf. Sal 68,35).
6 Ríos todos, alabad al Señor (cf. Dan 3,78).
7 Hijos de Dios, bendecid al Señor (cf. Dan 3,78).
8 Este es el día que hizo el Señor; alegrémonos y gocémonos en él (Sal 117,24). ¡Aleluya, aleluya, aleluya! ¡Rey de Israel !
9 Todo espíritu alabe al Señor (Sal 150,6).
10 Alabad al Señor, porque es bueno (Sal 146,1); todos los que leéis esto, bendecid al Se-ñor (Sal 102,21).
11 Criaturas todas, bendecid al Señor (cf. Sal 102,22).
12 Todas las aves del cielo, alabad al Señor (cf. Dan 3,80; cf. Sal 148,7 - 10).
13 Niños todos, alabad al Señor (cf. Sal 1 12,1).
14 Jóvenes y doncellas, alabad al Señor (cf. Sal 148,12).
15 Digno es el cordero que ha sido degollado de recibir alabanza, gloria y honor (cf. Ap 5,12).
16 Bendita sea la santa Trinidad e indivisa Unidad.
17 San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla.
PARÁFRASIS DEL PADRENUESTRO (ParPN)
1 ¡Santísimo PADRE NUESTRO: creador, redentor, consolador y salvador nuestro!
2 QUE ESTÁS EN LOS CIELOS: en los ángeles y en los santos; iluminándolos para conocer, porque tú, Señor, eres la luz; inflamándolos para amar, porque tú, Señor, eres el amor; habitando en ellos y colmándolos para gozar, porque tú, Señor, eres el bien sumo, eterno, de quien todo bien pro-cede, sin quien no hay bien alguno.
3 SANTIFICADO SEA TU NOMBRE: clarificada sea en nosotros tu noticia, para que conozcamos cuál es la anchura de tus beneficios, la largura de tus promesas, la altura de la majestad y la hondura de los juicios (Ef 3,18).
4 VENGA A NOSOTROS TU REINO: para que reines tú en nosotros por la gracia y nos hagas llegar a tu reino, donde se halla la visión manifiesta de ti, el perfecto amor a ti, tu dichosa compañía, la fruición de ti por siempre.
5 HÁGASE TU VOLUNTAD, COMO EN EL CIELO, TAMBIÉN EN LA TIERRA: para que te amemos con todo el corazón (cf. Lc 10,27), pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con to-das nuestras fuerzas, empleando todas nuestras energías y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio, no de otra cosa, sino del amor a ti; y para que amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos, atrayendo a todos, según podamos, a tu amor, alegrándonos de los bienes ajenos como de los nuestros y compadeciéndolos en los males y no ofendiendo a nadie (cf. 2 Co 6,3).
6 EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA: tu amado Hijo. nuestro Señor Jesucristo, DÁNOSLE HOY: para que recordemos, comprendamos y veneremos el amor que nos tuvo y cuanto por nosotros dijo, hizo y padeció.
7 Y PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS: por tu inefable misericordia, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos.
8 Así COMO NOSOTROS PERDONAMOS A NUESTROS DEUDORES: y lo que no perdonamos plenamente, haz tú, Señor, que plenamente lo perdonemos, para que por ti amemos de verdad a los enemi-gos y en favor de ellos intercedamos devotamente ante ti, no devolviendo a nadie mal por mal (cf. 1 Tes 5,15), y para que procuremos ser en ti útiles en todo.
9 Y NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN: oculta o manifiesta, imprevista o insistente.
10 Mas LÍBRANOS DEL MAL: pasado, presente y futuro. Gloria al Padre...
ALABANZAS QUE SE HAN DE DECIR EN TODAS LAS HORAS (AlHor)
RÚBRICA: Comienzan las alabanzas que compuso nuestro beatísimo padre Francisco. Las decía en todas las horas del día y de la noche y antes del Oficio de la bienaventurada Virgen María, iniciándolas de esta forma: Santísimo Padre nuestro que estás en los cielos, etc., con el Glo-ria. Y a continuación las siguientes alabanzas.
1 Santo, santo, santo Señor Dios omnipotente, el que es, y el que era, y el que ha de venir (cf. Ap 4,8): Y alabémosle y ensalcémosle por los siglos.
2 Digno eres, Señor Dios nuestro, de recibir la alabanza, la gloria, el honor y la bendición (cf. Ap 4,11): Y alabémosle y ensalcémosle por los siglos.
3 Digno es el cordero que ha sido degollado de recibir el poderío, y la divinidad, y la sabi-duría, y la fuerza; y el honor, y la gloria, y la bendición (cf. Ap 5,12): Y alabémosle y ensalcémosle por los siglos.
4 Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo: Y alabémosle y ensalcémosle por los siglos.
5 Bendecid al Señor todas las obras del Señor (Dan 3,57): Y alabémosle y ensalcémosle por los siglos.
6 Alabad a nuestro Dios todos sus siervos y los que teméis a Dios, pequeños y grandes (cf. Ap 19,5): Y alabémosle y ensalcémosle por los siglos.
7 Alaben al que es glorioso los cielos y la tierra (cf. Sal 68,35). Y alabémosle y ensalcémosle por los siglos.
8 Y todas las criaturas del cielo y de la tierra, y las que están bajo la tierra y el mar, y todo lo que hay en él (cf. Ap 5,13): Y alabémosle y ensalcémosle por los siglos.
9 Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo: Y alabémosle y ensalcémosle por los siglos.
10 Como era en el principio y ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén. Y alabé-mosle y ensalcémosle por los siglos.
11 Oración: Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, todo bien, sumo bien, bien total, que eres el solo bueno (cf. Lc 18,19), a ti te tributemos toda alabanza, toda gloria, toda gracia, todo honor, toda bendición, y te restituyamos todos los bienes. Hágase. Hágase. Amén.
OFICIO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (OfP)
INTRODUCCIÓN: Estos son los salmos que compuso nuestro beatísimo padre Francisco pa-ra veneración, recuerdo y alabanza de la pasión del Señor. Han de decirse uno por cada una de las horas del día y de la noche. Comienzan por las completas del viernes Santo, porque en esa noche fue traicionado y apresado nuestro Señor Jesucristo. Téngase en cuenta que el bienaventurado Francisco re-citaba así este oficio: en primer lugar decía la oración que el Señor y Maestro nos enseñó: Santísimo Padre nuestro, etc., con las alabanzas: Santo, santo, santo, como se indica más arriba. Dichas las ala-banzas y la oración, comenzaba la siguiente antífona: Santa Virgen María. En primer lugar decía los salmos de Santa María, luego recitaba otros salmos que había elegido, y, después de todos ellos, los de la pasión. Concluido el salmo, decía esta antífona: Santa Virgen María. El oficio acababa con esta antífona.
PARTE I
En el triduo sacro y en los días feriales del año
COMPLETAS
ANTÍFONA:
Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo
entre las mujeres ninguna semejante a ti,
hija y esclava del altísimo sumo Rey
Padre celestial,
madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo,
esposa del Espíritu Santo.
Ruega por nosotros con el san Miguel arcángel
y con todas las virtudes de los cielos
y con todos los Santos
ante tu santísimo amado Hijo, Señor y maestro.
Gloria al Padre… Como era…
SALMO 1
Dios, te conté mi vida,
pusiste mis lágrimas en tu presencia.
Todos mis enemigos tramaban males para mí
y celebraron consejo juntos.
Y pusieron contra mí males por vosotros
y odio por mi amor.
En vez de amarme, me calumniaban,
pero yo oraba.
Mi Padre santo, rey del cielo y de la tierra,
no te alejes de mí,
porque la tribulación está cerca
y no hay quien ayude.
Vuelvan atrás mis enemigos
en cualquier día que te invoque;
he aquí que conocí que tú eres mi Dios.
Mis amigos y mis allegados se acercaron
y se quedaron de pie contra mí
y mis vecinos se quedaron parados lejos.
Pusiste lejos de mí a mis conocidos,
me consideraron abominación para ellos,
fui entregado y no escapaba.
Padre santo, no alejes tu auxilio de mí;
Dios mío, mira a mi auxilio.
Atiende a mi ayuda,
Señor Dios de mi salvación.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,
como era en el principio, y ahora, y siempre,
y por los siglos de los siglos. Amén.
ANTÍFONA
Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo
entre las mujeres ninguna semejante a ti,
hija y esclava del altísimo sumo Rey
Padre celestial,
madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo,
esposa del Espíritu Santo.
Ruega por nosotros con el san Miguel arcángel
y con todas las virtudes de los cielos
y con todos los Santos
ante tu santísimo amado Hijo, Señor y maestro.
Gloria al Padre… Como era…
Advierte que esta antífona se recita en todas las horas y se dice como antífona, capítula, himno, versículo y oración, tanto en Maitines como en las demás Horas. Ninguna otra cosa decía en ellas, sino esta antífona con sus salmos.
Para terminar el oficio, el bienaventurado Francisco decía siempre:
Bendigamos al Señor Dios, vivo y verdadero;
rindámosle siempre alabanza, gloria,
honor, bendición y todos los bienes.
Amén. Amén. Hágase. Hágase.
MAITINES
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 2
Señor, Dios de mi salvación,
de día y de noche clamé ante ti.
Entre mi oración a tu presencia;
inclina tu oído a mi súplica.
Atiende a mi alma y líbrala,
a causa de mis enemigos líbrame.
Porque tú eres quien me extrajiste del vientre,
mi esperanza desde los pechos de mi madre;
a ti fui lanzado desde el útero.
Desde el vientre de mi madre tú eres mi Dios;
no te alejes de mí.
Tú conoces mi afrenta y mi confusión
y mi reverencia.
En tu presencia están todos los que me atribulan;
insulto y miseria esperó mi corazón.
Y esperé que alguien se contristara conmigo
y no hubo nadie,
y que alguien me consolara y no lo encontré.
Dios, los inicuos se alzaron contra mí,
y la sinagoga de los poderosos buscaron mi vida;
y no te pusieron a ti en presencia suya.
Me contaron entre los que bajan a la fosa;
llegué a ser como un hombre sin ayuda,
libre entre los muertos.
Tú eres mi Padre santísimo,
Rey mío y Dios mío.
Atiende a mi ayuda,
Señor Dios de mi salvación.
PRIMA
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 3
Ten piedad de mí, Dios, ten piedad de mí,
porque en ti confía mi alma.
Y esperaré a la sombra de tus alas
hasta que pase la iniquidad.
Clamaré al santísimo Padre mío altísimo;
al Señor, que me benefició.
Envió desde el cielo y me libró,
entregó al oprobio a los que me pisoteaban.
Envió Dios su misericordia y su verdad;
arrancó mi alma de mis fortísimos enemigos
y de aquellos que me odiaron,
pues se hicieron fuertes contra mí.
Prepararon un lazo para mis pies
y doblegaron mi alma.
Ante mi cara cavaron una fosa
y cayeron en ella.
Preparado está mi corazón, Dios mío,
preparado está mi corazón;
cantaré y salmodiaré.
Levántate, gloria mía;
levántate, salterio y cítara;
me levantaré al amanecer.
Porque se ha engrandecido hasta los cielos
tu misericordia,
y hasta las nubes tu verdad.
Álzate sobre los cielos, Dios;
y sobre toda la tierra tu gloria.
TERCIA
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 4
Ten misericordia de mí, Dios,
porque me ha pisoteado el hombre,
atacándome todo el día me ha atribulado.
Me pisotearon mis enemigos todo el día,
porque son muchos los que guerrean contra mí.
Todos mis enemigos maquinaban cosas malas
contra mí,
acordaron palabra inicua contra mí.
Los que acechaban mi alma
hicieron consejo juntos.
Salían fuera y hablaban
sobre eso mismo.
Todos los que me veían se rieron de mí,
hablaron con los labios y menearon la cabeza.
Mas yo soy gusano y no hombre,
oprobio de los hombres y desprecio del pueblo.
Por sobre todos mis enemigos
me he convertido en oprobio
para mis vecinos en gran manera,
y en temor para mis conocidos.
Padre santo, no alejes de mí tu auxilio,
mira por mi defensa.
Atiende a mi ayuda,
Señor Dios de mi salvación.
SEXTA
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 5
Con mi voz clamé al Señor,
con mi voz supliqué al Señor.
Derramo mi oración en su presencia
y ante él expongo mi tribulación.
Cuando me falta el aliento,
también tú conociste mis senderos.
En este camino por donde andaba
los soberbios me tendieron una trampa.
Miraba a la derecha y veía,
y no había quien me conociese.
No pude huir,
y no hay quien se preocupe por mi alma.
Porque por ti soporté el oprobio,
la confusión cubrió mi rostro.
Llegué a ser un extraño para mis hermanos,
y un peregrino para los hijos de mi madre.
Padre Santo, el celo de tu casa me devoró,
y las afrentas de los que te reprobaban
cayeron sobre mí.
Y contra mí se alegraron y confabularon,
se amontonaron sobre mí los flagelos
y lo ignoraba.
Se multiplicaron más que los cabellos de mi cabeza
los que me odiaron sin razón.
Se hicieron fuertes los enemigos
que me persiguieron injustamente;
devolvía yo entonces lo que no había robado.
Levantándose testigos inicuos
me preguntaban lo que no sabían.
Me devolvían mal por bien y me difamaban,
porque seguía la bondad.
Tú eres mi Padre santísimo,
Rey mío y Dios mío.
Atiende a mi ayuda,
Señor Dios de mi salvación.
NONA
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 6
Oh, vosotros todos que pasáis por el camino,
mirad y ved si hay dolor como mi dolor.
Porque me acorralaron muchos perros;
me asedió el consejo de los malvados.
Y ellos me miraron y contemplaron,
se dividieron mis vestidos
y echaron a suerte mi túnica.
Taladraron mis manos y mis pies,
y contaron todos mis huesos.
Abrieron sus fauces contra mí
como león que atrapa y ruge.
Derramado estoy como el agua,
y dislocados están todos mis huesos.
Y mi corazón se hizo como cera derretida
en medio de mis vientre.
Se secó como una teja mi vigor,
y mi lengua se pegó al paladar.
Y me dieron hiel para comer
y en mi sed me dieron vinagre.
Y me llevaron al polvo de la muerte
y aumentaron el dolor de mis llagas.
Me dormí y me levanté
y mi Padre santísimo me acogió con gloria.
Padre santo, sostuviste mi mano derecha
y me guiaste según tu voluntad
y me recibiste con gloria.
¿Qué hay para mí en el cielo?,
y fuera de ti, ¿qué he querido en la tierra?
Mirad, mirad, porque yo soy Dios –dice el Señor–,
seré ensalzado entre las gentes
y seré ensalzado en la tierra.
Bendito sea el Señor Dios de Israel,
que redimió las almas de sus siervos
con su propia santísima sangre
y no abandonará a todos los que esperan en él.
Y sabemos que viene,
que vendrá a juzgar la justicia.
VÍSPERAS
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 7
Todas las gentes,
regocijaos en Dios con voz de júbilo.
Porque el Señor es excelso,
terrible, Rey grande sobre toda la tierra.
Porque el santísimo Padre desde el cielo,
nuestro Rey antes de los siglos,
envió a su amado Hijo desde lo alto
y realizó la salvación en medio de la tierra.
Alégrense los cielos y exulte la tierra,
conmuévase el mar y cuanto lo llena;
se alegrarán los campos y todo lo que hay en ellos.
Cantadle un cántico nuevo,
cantad al Señor toda la tierra.
Porque grande es el Señor y sobremanera loable,
es temible sobre todos los dioses.
Ofreced al Señor, patrias de los gentiles ,
ofreced al Señor gloria y honor,
ofreced al Señor gloria a su nombre.
Tomad vuestros cuerpos
y llevad a cuestas su santa cruz
y seguid hasta el fin sus santísimos preceptos.
Conmuévase en su presencia la tierra entera;
decid entre los gentiles
que el Señor reinó desde el madero.
Hasta aquí se dice diariamente desde el Viernes Santo hasta la fiesta de la Ascensión. Y en la fiesta de la Ascensión se añaden los siguientes versículos:
Y subió a los cielos y está sentado a la derecha
del santísimo Padre en los cielos;
sé ensalzado sobre los cielos, Dios,
y sobre toda la tierra tu gloria.
Y sabemos que viene,
que vendrá a juzgar la justicia.
Y advierte que este salmo se recita a diario de la misma forma desde la Ascensión al Ad-viento del Señor; es decir, Aplaudid, con los versículos señalados, diciendo el Gloria al Padre al fin del salmo, o sea, al terminar las palabras que vendrá a establecer la justicia.
Advierte también que los salmos indicados anteriormente se dicen desde el Viernes Santo al Domingo de Resurrección. También desde la octava de Pentecostés al Adviento del Señor y desde la octava de la Epifanía hasta el Domingo de Resurrección, excepto los Domingos y fiestas principales, en que no se recitan; los demás días, en cambio, se recitan siempre.
PARTE II
En el Tiempo pascual.
Desde el Sábado Santo, concluido ya el día
COMPLETAS
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 8
Dios, ven en mi auxilio;
Señor, date prisa en socorrerme.
Sean confundidos y avergonzados
los que buscan mi alma.
Retrocedan y avergüéncense
los que quieren males para mí.
Retrocedan enseguida ruborizados
los que me dicen: ¡Bravo! ¡Bravo!
Exulten y se alegren en ti todos los que te buscan,
y digan siempre: “Engrandecido sea el Señor”
los que aman tu salvación.
Yo en verdad soy necesitado y pobre;
Dios, ayúdame.
Mi auxiliador y libertador eres tú;
Señor, no tardes.
MAITINES DEL DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 9
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Han sacrificado a su amado Hijo su diestra
y su santo brazo.
El Señor ha hecho manifiesta su salvación,
ante la mirada de las gentes reveló su justicia.
En aquel día envió el Señor su misericordia,
y en la noche su canto.
Este es el día que hizo el Señor;
exultemos y alegrémonos en él.
Bendito el que viene en nombre del Señor;
Dios es Señor y resplandeció para nosotros.
Alégrense los cielos y exulte la tierra,
conmuévase el mar y cuanto lo llena;
se gozarán los campos y todo lo que hay en ellos.
Ofreced al Señor, patrias de los gentiles ,
ofreced al Señor gloria y honor,
ofreced al Señor gloria a su nombre.
Hasta aquí se dice diariamente desde el Domingo de Resurrección hasta la fiesta de la As-censión, en todas las Horas, exceptuadas las Vísperas, las Completas y Prima. Y la noche de la As-censión se sobreañaden estos versículos:
Reinos de la tierra, cantad a Dios,
salmodiad al Señor.
Salmodiad a Dios,
que asciende sobre el cielo del cielo
hacia el oriente.
He aquí que él dará a su voz la fuerza;
dad gloria a Dios sobre Israel;
su grandeza y su poder en las nubes.
Admirable es Dios en sus santos;
el Dios de Israel dará vigor y fortaleza a su pueblo;
Dios bendito. Gloria.
Y advierte que este salmo se recita diariamente desde la Ascensión del Señor hasta la octava de Pentecostés, con los versículos indicados en Maitines, Tercia, Sexta y Nona, diciendo Gloria al Padre donde se dice Dios bendito y no en otro lugar.
Advierte también que se dice de la misma forma sólo en Maitines de los domingos y princi-pales fiestas desde la octava de Pentecostés hasta el Adviento del Señor y desde la octava de Epifanía hasta el Jueves Santo, pues en ese día comió el Señor la Pascua con sus discípulos; o, si se quiere, se puede decir otro salmo en Maitines o en Vísperas; por ejemplo: Te ensalzaré, Señor [Sal 29], como se encuentra en el Salterio; y esto desde el Domingo de Resurrección hasta la fiesta de la Ascensión úni-camente.
PRIMA
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 3
TERCIA, SEXTA, NONA
SALMO 9
VÍSPERAS
SALMO 7
PARTE III
En los domingos y fiestas principales
Comienzan otros salmos, que también compuso nuestro beatísimo padre Francisco, que han de decirse, en lugar de los salmos anteriormente indicados de la pasión del Señor, en los domingos y principales fiestas, desde la octava de Pentecostés hasta el Adviento, y desde la octava de Epifanía hasta el Jueves Santo; y advierte que han de decirse en ese día, porque es la Pascua del Señor.
COMPLETAS
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 8
MAITINES
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 9
PRIMA
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 3
TERCIA
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 10
Regocijaos con Dios, toda la tierra,
cantad salmos a su nombre,
dad gloria a su alabanza.
Decid a Dios: ¡Qué terribles son tus obras, Señor!
En la multitud de tu fuerza
te adularán tus enemigos
Que toda la tierra te adore y te cante
y salmodie a tu nombre.
Venid, escuchad, y os contaré
a todos los que teméis a Dios
cuánto ha hecho por mi alma.
A él clamé con mi boca,
y exultó mi lengua.
Y escuchó mi voz desde su santo templo,
y mi clamor llegó a su presencia.
Bendecid, gentes, a nuestro Señor;
y haced oír la voz para su alabanza.
Y en él serán benditas todas las tribus de la tierra,
todos los pueblos lo engrandecerán.
Bendito el Señor, Dios de Israel;
el único que hace grandes maravillas.
Y eternamente bendito el nombre de su majestad
y toda la tierra se llenará de su gloria.
Hágase, hágase.
SEXTA
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 11
Que te escuche el Señor en el día de la tribulación,
que te proteja el nombre del Dios de Jacob.
Que te envíe auxilio desde el santuario,
y que desde Sión te defienda.
Que se acuerde de todos tus sacrificios,
que le sea grato tu holocausto.
Que te conceda lo que tu corazón desea
y que confirme todos tus planes.
Nos alegraremos en tu salvación
y en el nombre del Señor Dios nuestro
seremos engrandecidos.
Que el Señor colme todas tus peticiones;
ahora sé envió el Señor a Jesucristo, su Hijo,
y juzgará a los pueblos con justicia.
Y el Señor se ha hecho
refugio de los pobres,
ayudador en el momento justo en la tribulación;
y que esperen en ti los que conocieron tu nombre.
Bendito el Señor Dios mío,
porque se convirtió en aquel que me acoge
y en mi refugio
en el día de mi tribulación.
Ayudador mío, a ti salmodiaré,
porque Dios es quien me acoge,
Dios mío, misericordia mía.
NONA
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 12
En ti, Señor, esperé,
no sea confundido para siempre;
en tu justicia líbrame y sálvame.
Inclina a mí tu oído
y sálvame.
Sé para mí un Dios protector y lugar protegido
para que me salves.
Porque tú eres mi paciencia, Señor;
Señor, mi esperanza desde mi juventud.
En ti estoy apoyado desde el seno,
desde el vientre de mi madre tú eres mi protector;
en ti está siempre mi canción.
Que se llene mi boca de alabanza
para que cante tu gloria,
tu grandeza todo el día.
Escúchame, Señor,
porque benigna es tu misericordia,
mírame según la multitud de tus misericordias.
Y no apartes tu rostro de tu siervo;
porque estoy atribulado, escúchame enseguida.
Bendito el Señor Dios mío,
porque se convirtió en aquel que me acoge
y en mi refugio
en el día de mi tribulación
Ayudador mío, a ti salmodiaré,
porque Dios es quien me acoge,
Dios mío, misericordia mía.
VÍSPERAS
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 7
PARTE IV
En el tiempo del Adviento del Señor
Comienzan otros salmos, dispuestos de manera semejante por nuestro beatísimo padre Fran-cisco, que se han de decir en lugar de los salmos antedichos de la pasión del Señor, desde el Adviento del Señor hasta la vigilia de Navidad y no más.
COMPLETAS
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 13
¿Hasta cuándo, Señor, me olvidarás por siempre?
¿Hasta cuándo apartarás tu rostro de mí?
¿Hasta cuándo pondré planes en mi alma
y dolor en el corazón durante el día?
¿Hasta cuándo se me sobrepondrá el enemigo?
Mira y escúchame, Señor, Dios mío.
Da luz a mis ojos
para que nunca me duerma en la muerte,
para que nunca diga mi enemigo:
“Prevalecí contra él”.
Los que me atribulan exultarán si tambaleo;
pero yo esperé en tu misericordia.
Exultará mi corazón en tu salvación;
cantaré al Señor que me hizo bien,
y salmodiaré al nombre del Señor altísimo.
MAITINES
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 14
Te alabaré, Señor, santísimo Padre,
Rey del cielo y de la tierra,
porque me has consolado.
Tú eres Dios mi salvador;
actuaré con confianza y no temeré.
Mi fortaleza y mi alabanza es el Señor,
y se ha hecho salvación para mí.
Tu diestra, Señor, se ha engrandecido en fortaleza;
tu diestra, Señor, ha herido al enemigo,
y en la abundancia de tu gloria
derribaste a mis adversarios.
Véanlo los pobres y alégrense;
buscad a Dios, y vivirá vuestra alma.
Alábenlo los cielos y la tierra,
el mar y cuanto en ellos se mueve.
Porque Dios salvará a Sión
y se edificarán las ciudades de Judá.
Y habitaran allí, y la adquirirán en herencia.
Y la descendencia de sus siervos la poseerá
y los que aman su nombre habitarán en ella.
PRIMA
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 3
TERCIA
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 10
SEXTA
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 11
NONA
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 12
VÍSPERAS
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 7
Advierte también que no se dice todo el salmo, sino hasta el versículo: Tiemble la tierra ente-ra; pero ten en cuenta que se dice todo el versículo: Tomad vuestros cuerpos. Acabado este versículo se dice allí: Gloria al Padre, y así se recita en las Vísperas de todos los días desde el Adviento hasta la vigilia de Navidad.
PARTE V
En el tiempo de la Navidad del Señor hasta la Octava de la Epifanía
VÍSPERAS DE LA NAVIDAD DEL SEÑOR
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 15
Exultad con Dios, nuestro ayudador;
regocijaos con el Señor Dios vivo y verdadero,
con voz de exultación.
Porque el Señor es excelso, terrible,
rey grande sobre toda la tierra.
Porque el santísimo Padre del cielo,
rey nuestro antes de los siglos,
envió a su amado Hijo de lo alto,
y nació de la bienaventurada Virgen santa María.
El me invocó: “Tú eres mi Padre”;
y yo lo haré primogénito,
excelso sobre los reyes de la tierra.
En aquel día envió el Señor Dios su misericordia,
y en la noche su canto.
Éste es el día que hizo el Señor;
exultemos y alegrémonos y en él.
Porque un santísimo niño amado se nos ha dado,
y ha nacido por nosotros de camino,
y fue colocado en un pesebre,
porque no tenía lugar en la posada.
Gloria al Señor Dios en las alturas,
y en la tierra, paz a los hombres
de buena voluntad.
Alégrense los cielos y exulte la tierra,
conmuévase el mar y cuanto lo llena;
se gozarán los campos y todo lo que hay en ellos.
Cantadle un cántico nuevo,
cantad al Señor toda la tierra.
Porque grande es el Señor
y loable en extremo,
terrible sobre todos los dioses.
Ofreced al Señor, patrias de los gentiles ,
ofreced al Señor gloria y honor,
ofreced al Señor gloria a su nombre.
Tomad vuestros cuerpos
y llevad a cuestas su santa cruz,
y seguid hasta el fin sus santísimos preceptos.
Advierte que este salmo se recita en todas las Horas desde la Navidad del Señor hasta la oc-tava de la Epifanía.
SALUDO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA (SalVM)
1¡Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, virgen convertida en templo,
2 y elegida por el santísimo Padre del cielo, consagrada por El con su santísimo Hijo ama-do y el Espíritu Santo Paráclito;
3 que tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo bien!
4 ¡Salve, palacio de Dios! Salve, tabernáculo de Dios! ¡Salve, casa de Dios!
5 ¡Salve, vestidura de Dios! ¡Salve, esclava de Dios! ¡Salve, Madre de Dios!
6 ¡Salve también todas vosotras, santas virtudes, que, por la gracia e iluminación del Espíri-tu Santo sois infundidas en los corazones de los fieles para hacerlos, de infieles, fieles a Dios!
SALUDOS A LAS VIRTUDES (SalVir)
1¡Salve, reina sabiduría, el Señor te salve con tu hermana la santa pura sencillez!
2¡Señora santa pobreza, el Señor te salve con tu hermana la santa humildad!
3¡Señora santa caridad, el Señor te salve con tu hermana la santa obediencia!
4¡Santísimas virtudes, a todas os salve el Señor, de quien venís y procedéis!
5 Nadie hay absolutamente en el mundo entero que pueda poseer a una de vosotras si antes no muere.6 Quien posee una y no ofende a las otras, las posee todas. 7 Y quien ofende a una, ninguna posee y a todas ofende (cf. St 2,1).
8 Y cada una confunde los vicios y pecados.
9 La santa sabiduría confunde a Satanás y todas sus astucias.
10 La pura santa simplicidad confunde toda la sabiduría de este mundo (cf. 1 Co 2,6) y la sabiduría del cuerpo.
11 La santa pobreza confunde la codicia, y la avaricia y las preocupaciones de este siglo.
12 La santa humildad confunde la soberbia y a todos los mundanos, y todo lo mundano.
13 La santa caridad confunde todas las tentaciones diabólicas y carnales y todos los te-mores carnales.
14 La santa obediencia confunde a todos los quereres corporales y carnales;15 Y tiene mortificado su cuerpo para obediencia del espíritu y para obediencia de su hermano 16 Y está sujeto y sometido a todos los hombres que hay en el mundo; 17 Y no tanto a solos los hombres sino también a todas las bestias y fieras, 18 para que puedan hacer de él todo lo que quisieren, cuanto les fuere dado desde arriba por el Señor.
CÁNTICO DE LAS CREATURAS (Cánt)
1 Altísimo, Omnipotente y buen Señor, a Ti loor y gloria, honor y toda bendición:
2 A Ti solo, Altísimo, Te convienen, y ningún hombre es digno de nombrarte.
3¡Alabado sea, mi Señor, en todas las creaturas tuyas, especialmente el señor hermano Sol, por quien nos das el día y nos alumbras, 4 Y es bello y radiante con grande esplendor: de Ti, Altísimo, es significación!5 ¡Alabado seas, mi Señor, por la hermana Luna y las Estrellas: en el cielo las formaste cla-ras y preciosas y bellas!
6 ¡Alabado seas, mi Señor, por el hermano Viento, por el Aire y la Nube, por el Cielo sere-no y todo Tiempo: por ellos a tus creaturas das sustento!
7 Alabado seas, mi Señor, por la hermana Agua, la cual es muy útil y humilde, preciosa y casta!
8 ¡Alabado seas, mi Señor, por el hermano Fuego: por él nos alumbras la noche, y es bello y alegre, vigoroso y fuerte!
9 ¡Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre Tierra, que nos mantiene y sus-tenta, y produce los variados frutos con las flores coloridas y las hierbas!
10 - ¡Alabado seas, mi Señor, por quienes perdonan por tu amor, y soportan enfermedad, tribulación: 11 Bienaventurados quienes las soporten en paz, porque de Ti, Altísimo, coronados serán
12 - ¡Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana la Muerte corporal de quien ningún hombre viviente puede escapar! 13 ¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal! ¡Bienaventu-rados los que encuentre cumpliendo tu muy santa voluntad: pues la muerte segunda no les po-drá hacer mal!
14 -¡Alabad y bendecid a mi Señor y gracias dad, y servidle con grande humildad!
CARTAS
CARTA TODOS LOS FIELES
Primera redacción (1CtaF)
[CAPÍTULO I. LOS QUE HACEN PENITENCIA]
¡En el nombre del Señor!
1 Todos aquellos que aman al Señor con todo el corazón con toda e alma y la mente y con todas sus fuerzas (cf. Mc 12,30), y a sus prójimos como a sí mismos (cf. Mt 22,39); 2y aborre-cen sus cuerpos con sus vicios y pecados; 3y reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Je-sucristo; 4y hacen frutos dignos de penitencia; 5¡oh, cuán dichosos y benditos son los hombres y mujeres que practican estas cosas y perseveran en ellas!
6 Porque se posará sobre ellos el espíritu del Señor (cf. Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada (cf. Jn 14,23); 7y son hijos del Padre celestial (cf. Mt 5,45), cuyas obras realizan; y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50).
8 Somos esposos cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo, a nuestro Señor Jesucris-to. 9Le somos hermanos cuando cumplimos la voluntad del Padre, que está en los cielos (Mt 12,50). 10Madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo (cf. 1 Co 6,20) por el amor divino y por una conciencia pura y sincera, y lo damos a luz por las obras santas, que de-ben ser luz para el ejemplo de otros (cf. Mt 5,16).
11 ¡Oh, cuán glorioso es tener en el cielo un padre santo y grande! 12¡Oh, cuán santo es tener un tal esposo, consolador, hermoso y admirable! 13¡Oh, cuán santo y cuán amado es tener un tal hermano y un tal hijo, agradable, humilde, pacífico, dulce, amable y más que todas las cosas deseable, nuestro Señor Jesucristo! El que dio su vida por sus ovejas (cf. Jn 10,15) y oró así al Padre:
14 Padre santo, guarda en tu nombre (Jn 17,1 ), a los que me diste en el mundo; tuyos eran y me los diste a mí (Jn 17,6). 15Y las palabras que me diste, a ellos se las di; y ellos las recibie-ron y creyeron verdaderamente que salí de ti y conocieron que tú me enviaste (Jn 17,8). 16Ruego por ellos y no por el mundo (Jn 17,9). Bendícelos y conságralos (Jn 17,7); 17también yo me con-sagro a mí mismo por ellos (Jn 17,19). 18No ruego solamente por ellos, sino por los que han de creer en mí por su palabra (Jn 17,20), para que sean consagrados en la unidad (Tm 17,23), como también nosotros (Jn 17,11). 19Y quiero, Padre, que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria (Jn 17,24) en tu reino (Mt 20,21). Amén.
[CAPÍTULO II. LOS QUE NO HACEN PENITENCIA]
1 Pero, en cambio, aquellos y aquellas que no llevan vida en penitencia; 2ni reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo; 3y ponen por obra vicios y pecados; 4y caminan tras la mala concupiscencia y los malos deseos de su carne y no guardan lo que prometieron al Señor; 5y sirven corporalmente al mundo con los deseos carnales y con los afanes del siglo y con las preocupaciones de esta vida, 6apresados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen (cf. Jn 8,41), 7son unos ciegos, pues no ven a quien es la luz verdadera, nuestro Señor Jesucristo.
8 No tienen sabiduría espiritual, porque no tienen al Hijo de Dios, que es la verdadera sa-biduría del Padre. 9De ellos se dice: Su sabiduría ha sido devorada (Sal 106,27); y: Malditos los que se apartan de sus mandamientos (Sal 118,21) . 10Ven y conocen, saben y practican el mal, y a sabiendas pierden sus almas.
11 Mirad, ciegos; estáis engañados por vuestros enemigos, la carne, el mundo y el diablo, porque al cuerpo le es dulce cometer el pecado, y amargo servir a Dios; 12pues todos los vicios y pecados, del corazón del hombre salen y proceden, como dice el Señor en el Evangelio (cf. Mc 7,21).
13 Y nada tenéis en este siglo ni en el futuro. 14Pensáis poseer por mucho tiempo las vani-dades de este siglo, pero estáis engañados, porque vendrán el día y la hora que no recordáis, desconocéis e ignoráis. Se enferma el cuerpo, se acerca la muerte, y se muere así con muerte amarga.
15 Y donde sea, cuando sea y como sea que muere el hombre en pecado mortal sin pe-nitencia y sin satisfacción, si, pudiendo satisfacer, no satisface, arrebata el diablo el alma de su cuerpo con tanta angustia y tribulación, que nadie las puede conocer, sino el que las padece. 16Y todos los talentos y el poder, y la ciencia y la sabiduría que creían tener, les serán arrebata-dos (cf. Lc 8,18; Mc 4,25)
17 Y legan a los parientes y amigos su herencia: y éstos, tomándola y repartiéndosela, di-cen luego: Maldita sea su alma, pues pudo habernos dejado más de lo que ganó.
18 El cuerpo se lo comen los gusanos Y así pierde cuerpo y alma en este breve siglo, e irán al infierno donde serán atormentados sin fin.
19 A todos aquellos a quienes llegue esta Carta, rogamos en la caridad que es Dios (cf. 1 Jn 4,16), que acojan benignamente con amor divino las sobredichas odoríferas palabras de nuestro Señor Jesucristo. 20Y los que no saben leer, háganselas leer con frecuencia; 21y reténga-las consigo con obras santas hasta el fin, porque sin espíritu y vida (Jn 6,64).
22 Y los que no hagan esto tendrán que dar cuenta, en el día del juicio (Cf. Mt 12, 36), an-te el tribunal de nuestro Señor Jesucristo (Cf. Rm 14,10).
Segunda redacción (2CtaF)
En el nombre del Señor, Padre e Hijo y Espíritu Santo Amén.
1 A todos los cristianos, religiosos, clérigos y laicos, hombres y mujeres; a cuantos habitan en el mundo entero, el hermano Francisco, su siervo y súbdito: mis respetos con reverencia, paz verdadera del cielo y caridad sincera en el Señor.
2 Puesto que soy siervo de todos, a todos estoy obligado a servir y a suministrar las odorífe-ras palabras de mi Señor. 3Por eso, recapacitando que no puedo visitaros personalmente a ca-da uno dada la enfermedad y debilidad de mi cuerpo, me he esto comunicaros, a través de esta carta y de mensajeros, las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es el Verbo del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida (Jn 6,64).
4 Este Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándolo el santo ángel Ga-briel, fue enviado por el mismo altísimo Padre desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Virgen María, y en él recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad.
5 Y, siendo El sobremanera rico (2 Co 8,9), quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza. 6 Y poco antes de la pasión celebró la Pascua con sus discípulos, y, tomando el pan, dio las gracias, pronunció la bendición y lo partió, diciendo: 7Tomad y comed, esto es mi Cuerpo (Mt 26,26). Y, tomando el cáliz, dijo: Esta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por vosotros y por todos para el perdón de los pecados (Mt 26,27).
8 A continuación oró al Padre, diciendo: Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. 9Y sudó como gruesas gotas de sangre que corrían hasta la tierra (LC 22,44). 10Puso, sin embargo, su voluntad en la voluntad del Padre, diciendo: Padre, hágase tu voluntad (Mt 26,42); no se haga como yo quiero, sino como quieres tú (Mt 26,39). 11Y la voluntad de su Padre fue que su bendito y glorioso Hijo, a quien nos dio para nosotros y que nació por nuestro bien, se ofreciese a sí mis-mo como sacrificio y hostia, por medio de su propia sangre, en el altar de la cruz; 12no para sí mismo, por quien todo fue hecho (cf. Jn 1,3), 13sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas (cf. 1 Pe 2,21).
14 Y quiere que todos seamos salvos por El y que lo recibamos con un corazón puro y con nuestro cuerpo casto. 15Pero son pocos los que quieren recibirlo y ser salvos por El, aunque su yugo es suave, y su carga ligera (cf. Mt 11,30).
16 Los que no quieren gustar cuán suave es el Señor (cf. Sal 33,9) y aman más las tinieblas que la luz (Jn 3,19), no queriendo cumplir los mandamientos del Señor, son malditos; 17y de ellos dice el profeta: Malditos los que se apartan de tus mandamientos (Sal 118,21). 18En cambio, ¡oh, cuán dichosos y benditos son los que aman a Dios y obran como dice el Señor mismo en el Evangelio: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda la mente, y a tu prójimo co-mo a si mismo! (Mt 22,37.39)
19 Amemos, pues, a Dios y adorémoslo con puro corazón y mente pura, porque esto es lo que sobre todo desea cuando dice: Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad (Jn 4,23). 20Porque todos los que lo adoran, es preciso que lo adoren en espíritu de ver-dad (cf. Jn 2,24). 21Y dirijámosle alabanzas y oraciones día y noche (Sal 31,4), diciendo: Padre nuestro, que estás en los cielos (Mt 6,9), porque es preciso oremos siempre y no desfallezcamos (LC 18,1).
22 Debemos también confesar todos nuestros pecados al sacerdote; y recibamos de él el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. 23Quien no come su carne y no bebe su sangre (cf. Jn 6,55.57), no puede entrar en el reino de Dios (Jn 3,5). 24Pero cómalo y bébalo dignamen-te, porque quien lo recibe indignamente, come y bebe su propia sentencia no reconociendo el cuerpo del Señor (1 Co 11,29), es decir, sin discernirlo. 25Hagamos, además, frutos dignos de peni-tencia (LC 3,8). 26Y amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos (cf. Mt 22,39). 27Y si al-guno no quiere amarlos como a sí mismo, al menos no les haga el mal, sino hágales el bien.
28 Mas los que han recibido la potestad de juzgar a otros ejerzan el juicio con misericordia, como ellos mismos desean obtener misericordia del Señor. 29Pues juicio sin misericordia tendrán los que no hacen misericordia (St 2,13). 30Tengamos, por lo tanto, caridad y humildad; y haga-mos limosna, porque ésta lava las almas de las manchas de los pecados (cf. Tb 4,11; 12,9). 31Los hombres pierden todo lo que dejan en este siglo; pero llevan consigo la recompensa de la cari-dad y las limosnas que hicieron, por las que recibirán del Señor premio y digna remuneración.
32 Debemos también ayunar y abstenernos de los vicios y pecados (Eclo 3,32), Y de la demasía en el comer y beber, y ser católicos. 33Debemos también visitar con frecuencia las igle-sias y tener en veneración y reverencia a los clérigos, no tanto por lo que son, en el caso de que sean pecadores, sino por razón del oficio y de la administración del Santísimo cuerpo y sangre de Cristo, que sacrifican sobre el altar y reciben y administran a otros. 34Y a nadie de nosotros quepa la menor duda de que ninguno puede ser salvado sino por las santas palabras y la san-gre de nuestro Señor Jesucristo, que los clérigos pronuncian, proclaman y administran. 35Y sólo ellos deben administrarlos y no otros.
36 Y de manera especial los religiosos, que renunciaron al siglo, están obligados a hacer más y mayores cosas, pero sin omitir éstas. 37Debemos aborrecer nuestros cuerpos con sus vicios y pecados, porque dice el Señor en el Evangelio: todos los males, vicios y pecados salen del corazón (Mt 15,18 - 19; Mc 7,23). 38Debemos amar a nuestros enemigos y hacer el bien a los que nos tienen odio (cf. Mt 5,44; LC 6,27).
39 Debemos guardar los preceptos y consejos de nuestro Señor Jesucristo. 40Debemos, igualmente, negarnos a nosotros mismos (cf. Mt 16,24) Y poner nuestros cuerpos bajo el yugo de la servidumbre y de la santa obediencia, según lo que cada uno prometió al Señor. 41Y nadie esté obligado por obediencia a obedecer a alguien en lo que se comete delito o pecado.
42 Pero aquel a quien ha sido encomendada la obediencia y que es tenido por mayor, sea como el menor (Lc 22,26) y siervo de los otros hermanos. 43Y con cada uno de los hermanos practique y tenga la misericordia que quisiera que se tuviera con él si estuviese en caso seme-jante. 44Y Tampoco se deje llevar de la ira contra el hermano por algún delito suyo, sino con toda paciencia y humildad amonéstelo y sopórtelo benignamente.
45 No debemos ser sabios y prudentes según la carne, sino, más bien, sencillos, humildes y puros. 46Y hagamos de nuestros cuerpos objeto de oprobio y desprecio, porque todos por nues-tra culpa somos miserables y podridos, hediondos y gusanos, como dice el Señor por el profeta: Soy gusano y no hombre, oprobio de los hombres y abyección de la plebe (Sal 21,7). 47Nunca debemos desear estar sobre otros, sino, más bien, debemos ser siervos y estar sujetos a toda humana criatura por Dios (1Pe 2,13).
48 Y sobre todos aquellos y aquellas que cumplan estas cosas y perseveren hasta el fin, se posará el Espíritu del Señor (Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada (cf. Jn 14,23). 49Y serán hijos del Padre celestial (Cf. Mt 5,45), cuyas obras realizan. 50Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). 51Somos esposos cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo, a Jesucristo. 52Y hermanos somos cuando cumplimos la voluntad del Padre, que está en el cielo (cf. Mt 12,50); 53 madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo (cf. 1 Co 6,20) por el amor y por una conciencia pura y sincera; lo damos a luz por las obras san-tas, que deben ser luz para ejemplo de otros (cf. Mt 5,16).
54 ¡Oh, cuan glorioso es tener en el cielo un padre santo y grande! 55¡Oh, cuán santo es tener un esposo consolador, hermoso y admirable. 56¡Oh cuan santo y cuan amado es tener a un tal hermano e hijo agradable, humilde y pacífico, dulce y amable y más que todas las cosas deseable! El cual dio su vida por sus ovejas (cf. Jn 10,15) y oró al Padre por nosotros, diciendo: Padre Santo, guarda en tu nombre a los que me diste (Jn 17,11). 57Padre todos los que me diste en el mundo, tuyos eran y me los diste a mí (Jn 17,6).
58 Y las palabras que me diste, a ellos se las di; y ellos las recibieron, y conocieron verda-deramente que de ti salí y creyeron que tu me enviaste (Jn 17,11); ruego por ellos y no por el mundo (cf. Jn 17,9); bendícelos y conságralos (Jn 17,17). 59También yo me consagro por ellos, para que ellos sean consagrados (Jn 17,19); bendícelos y conságralos(Jn 17,17). También yo me consagro por ellos, para que ellos sean consagrados (Jn 17,19). 60Y quiero, Padre, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria (Jn 17,24) en tu reino (Mt 20,21).
61 A quien tanto ha soportado por nosotros, tantos bienes nos ha traído y nos ha de traer en el futuro, toda criatura del cielo y de la tierra, del mar y ce los abismos, rinda como a Dios alabanza, gloria, honor y bendición (cf. Ap .5,13) 62porque él es nuestra fuerza y fortaleza, el solo bueno, el solo altísimo, el solo omnipotente, admirable, glorioso, y el solo santo laudable y bendi-to por los infinitos siglos. Amen.
63 Pero en cambio, todos aquellos que no llevan vida en penitencia ni reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo; 64 y que ponen por obra vicios y pecados; y que caminan tras la mala concupiscencia y los malos deseos y no guardan lo que prometieron; 65y que sirven corporalmente al mundo con los deseos carnales, con los cuidados y afanes de este siglo, y con las preocupaciones de esta vida, 66engañados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen (cf. Jn 8,41), son unos ciegos, pues no ven a quien es la luz verdadera, nuestro Señor Je-sucristo.
67 No tienen sabiduría espiritual, porque no tienen en sí al Hijo de Dios, que es la verdade-ra sabiduría del Padre; de ellos se dice: Su sabiduría ha sido devorada (Sal 106, 27). 68Ven, cono-cen, saben y practican el mal, y a sabiendas pierden sus almas.
69Mirad, ciegos, engañados por nuestros enemigos, la carne, el mundo, el diablo, que al cuerpo le es dulce cometer pecado y amargo servir a Dios, pues todos los males, vicios y peca-dos, del corazón del hombre salen y proceden (cf. Mc 7,21.23), Como dice el Señor en el Evan-gelio. 70Y nada tenéis en este siglo ni en el futuro. 71Pensáis poseer por mucho tiempo las vanida-des de este siglo, pero estáis engañados, porque vendrán el día y la hora que no recordáis, des-conocéis e ignoráis.
72 Se enferma el cuerpo, se acerca la muerte, vienen los parientes y amigos diciendo: -Dispón de tus bienes.
73 Ved que su mujer, y sus hijos, y los parientes, y amigos fingen llorar. 74Y, al mirarlos, los ve llorar, se siente movido por un mal impulso, y, pensándolo entre sí, dice:
Pongo en vuestras manos mi alma, y mi cuerpo, y todas mis cosas.
75 Verdaderamente es maldito este hombre que en tales manos confía, y expone su al-ma, y su cuerpo, y todas sus cosas; 76de ahí que diga el Señor por el profeta: Maldito el hombre que confía en el hombre (Jr 17,5).
77 Y en seguida hacen venir al sacerdote, y éste le dice: -¿Quieres recibir la penitencia de todos tus pecados? 78Responde: -Lo quiero.
-¿Quieres satisfacer con tus bienes, en cuanto se pueda, los pecados cometidos y lo que defraudaste y engañaste a !os demás? 79 Responde: -No.
Y el sacerdote le dice: -¿Por qué no? 80-Porque todo lo he dejado en manos de los pa-rientes y amigos.
81 Y comienza a perder el habla, y así muere aquel miserable. 82Pero sepan todos que, donde sea y como sea que muere el hombre en pecado mortal sin haber satisfecho, si, pudien-do satisfacer, no satisface, arrebata el diablo el alma de su cuerpo con tanta angustia y tribula-ción, que nadie puede conocer, sino el que la padece. 83Y todos los talentos, y el poder, y la ciencia, que creía tener (cf. Lc 8,18), le serán arrebatados (Mc 4,25).
84 Y lega a sus parientes y amigos su herencia, y éstos se la llevarán, se la repartirán y dirán luego: -Maldita sea su alma, pues pudo habernos dado y ganado más de lo que ganó.
85 El cuerpo se lo comen los gusanos. Y así pierde cuerpo y alma en este breve siglo, e irá al infierno, donde será atormentado sin fin.
86 En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
87 Yo, el hermano Francisco, vuestro menor siervo, os ruego y suplico, en la caridad que es Dios (cf. Jn 4,16) y con el deseo de besaros los pies, que os sintáis obligados a acoger, poner por obra y guardar con humildad y amor estas palabras y las demás de nuestro Señor Jesucristo. 88Y a todos aquellos y aquellas que las acojan benignamente, las entiendan y las envíen a otros para ejemplo, si perseveran en ellas hasta el fin (Mt 24,13), bendíganles el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo. Amén.
CARTA A LAS AUTORIDADES DE LOS PUEBLOS (CtaA)
1 A todos los podestás y cónsules, jueces y regidores, en cualquier parte de la tierra, y a cuantos llegue esta carta, el hermano Francisco, vuestro siervo en el Señor Dios, pequeñuelo y despreciable, deseándoos a todos salud y paz.
2 Considerad y ved que el día de la muerte se acerca (cf. Gn 47,29). 3Os ruego, pues, con la reverencia que puedo que no echéis en olvido al Señor ni os apartéis de sus mandamientos a causa de los cuidados y preocupaciones de este siglo, porque todos aquellos que lo echan en olvido y se apartan de sus mandamientos, son malditos, y serán echados por El al olvido (cf. Ez 33,13). 4 Y, cuando llegue el día de la muerte, todo lo que creían tener les será arrebatado (cf. Lc 8,18). 5Y cuanto más sabios y poderosos hayan sido en este siglo, tanto mayores tormentos pa-decerán en el infierno.
6 Por ello, os aconsejo encarecidamente, señores míos, que, posponiendo toda preocu-pación y cuidado, hagáis penitencia verdadera y recibáis con grande humildad, en santa re-cordación suya, el santísimo cuerpo y la santísima sangre de nuestro Señor Jesucristo. 7Y tributad al Señor tanto honor en el pueblo a vosotros encomendado, que todas las tardes, por medio de pregonero u otra señal, se anuncie que el pueblo entero rinda alabanzas y acciones de gracias al Señor Dios omnipotente. 8Y sabed que, si no hacéis esto, tendréis que rendir cuenta el día del juicio (cf. Mt 12,36), ante vuestro Señor Dios Jesucristo.
9 Los que retengan consigo y guarden este escrito, sepan que son benditos del Señor Dios.
CARTA A LOS CLÉRIGOS (CtaCle)
1 Reparemos todos los clérigos en el gran pecado e ignorancia en que incurren algunos sobre el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo y sobre los sacratísimos nombres y sus palabras escritas que consagran el cuerpo.
2 Sabemos que no puede existir el cuerpo, si previamente no ha sido consagrado por la palabra. 3Nada, en efecto, tenemos ni vemos corporalmente en este mundo del Altísimo mismo, sino el cuerpo y la sangre, los nombres y las palabras por los que hemos sido hechos y redimidos de la muerte a la vida (1Jn 3,14)
4 Pues bien, todos los que ejercen tan santísimos ministerios, especialmente los que los administran sin discernimiento, pongan su atención en cuán viles son los cálices, los corporales y los manteles en los que se sacrifica el cuerpo y la sangre de nuestro Señor. 5Y hay muchos que lo abandonan en lugares indecorosos, lo llevan sin respeto, lo reciben indignamente y lo adminis-tran sin discernimiento. 6A veces hasta se pisan sus nombres y palabras escritas, 7porque el hom-bre animal no percibe las cosas que son de Dios (1 Co 2,14)
8 ¿No nos mueven a piedad todas estas cosas cuando el piadoso Señor mismo se pone en nuestras manos y lo tocamos y lo recibimos todos los días en nuestra boca? 9¿Es que ignora-mos que hemos de ir a parar a sus manos?
10 Así, pues, enmendémonos cuanto antes y resueltamente de todas estas cosas y de otras semejantes, 11y donde se encuentre colocado y abandonado indebidamente el santísimo cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, retírese de allí y póngase y custódiese en sitio precioso. 12De igual modo, los nombres y palabras escritas del Señor, donde se encuentren en lugares no lim-pios, recójanse y colóquese en sitio decoroso
13 Y sabemos que todas estas cosas debemos guardarlas por encima de todo, según los mandamientos del Señor y las prescripciones de la santa madre Iglesia. 14Y el que no haga esto, sepa que tendrá que dar cuenta en el día del juicio (cf. Mt 12,36), ante nuestro Señor Jesucristo.
15 Sepan que son benditos del Señor Dios los que hicieren copias de este escrito, para que sea mejor guardado.
CARTA A TODA LA ORDEN (CtaO)
1 En el nombre de la suma Trinidad y de la santa Unidad Padre, e Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
2 A todos los reverendos y muy amados hermanos; al hermano A., su señor, ministro gene-ral de la Religión de los hermanos menores, y a todos los demás ministros generales que le suce-derán; y a todos los ministros y custodios; y a los sacerdotes de la misma fraternidad, humildes en Cristo, y a todos los hermanos, sencillos y obedientes, a los primeros y a los últimos: 4el hermano Francisco, hombre vil y caduco vuestro pequeñuelo siervo, os saluda en Aquel que nos redimió y nos lavó en su preciosísima sangre (cf. Ap 1,5), a quien habéis de adorar con temor y reverencia postrados en tierra (cf. Esd 8,6) al escuchar su nombre, el Señor Jesucristo cuyo nombre es Hijo del Altísimo (cf. Lc 1,32), el cual es bendito por los siglos (Rm 1,25).
5 Escuchad, señores hijos y hermanos míos, y prestad atención a mis palabras (Hch 2,14), 6inclinad el oído (Is 55,3) de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. 7Guardad sus mandamientos con todo vuestro corazón y cumplid sus consejos perfectamente. 8AIabadlo, porque es bueno (Sal 135,1) y enaltecedlo en vuestras obras (Tb 13,6); 9pues para esto os ha enviado al mundo entero, para que de palabra y de obra deis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay otro omnipotente sino él (cf. Tb 13,4). 10Perseverad en la disciplina (Hb 12,7) y en la santa obediencia y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito. 11Como a hijos se nos brinda el Señor Dios (Hb 12,7).
12 Así, pues, besándoos los pies y con la caridad que puedo, os suplico a todos vosotros, hermanos, que tributéis toda reverencia y todo el honor, en fin, cuanto os sea posible, al santísi-mo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, 13en quien todas las cosas que hay en cielos y tierra han sido pacificadas y reconciliadas con el Dios omnipotente (cf. Col 1,20).
14 Ruego también en el Señor a todos mis hermanos sacerdotes que son, y serán, y a los que desean ser sacerdotes del Altísimo que, siempre que quieran celebrar la misa, ofrezcan puri-ficados, con pureza y reverencia, el verdadero sacrificio del santísimo cuerpo y sangre de nues-tro Señor Jesucristo, con intención santa y limpia, y no por cosa alguna terrena ni por temor o amor de hombre alguno, como para agradar a los hombres (cf. Ef 6,6; Col 3,22); 15sino que toda voluntad, en cuanto puede con la ayuda de la gracia, se dirija a Dios, deseando con ello com-placer al solo sumo Señor, porque sólo El obra ahí como le place; 16 pues, como El mismo dice: Haced esto en conmemoración mía (Lc 22,19; 1 Co 11,?4), si alguno lo hace de otro modo, se convierte en el traidor Judas y se hace reo del cuerpo y la sangre del Señor (cf. 1 Co 11,27).
17 Recordad, mis hermanos sacerdotes, lo que está escrito respecto de la ley de Moisés: si alguno la transgredía aun sólo materialmente, moría sin misericordia alguna por sentencia del Señor (cf. Hb 10,28). 18¡Cuánto mayores y peores suplicios merece padecer quien pisotee al Hijo de Dios y tenga por impura la sangre de la alianza, en la que fue santificado, y ultraje al espíritu de la gracia! (Hb 10,29).
19 Pues el hombre desprecia, mancha y conculca al Cordero de Dios cuando, como dice el Apóstol, sin diferenciar (1 Co 11,29) y discernir el santo pan de Cristo de otros alimentos o ritos, o bien lo come siendo indigno, o bien, aun cuando fuese digno, lo come de manera vana e indigna, siendo así que el Señor dice por el profeta: Maldito el hombre que hace la obra del Señor con hipocresía (cf. Jr 48,10). 20Y a los sacerdotes que no quieren grabar de veras esto so-bre el corazón, los condena, diciendo: Maldeciré con vuestras bendiciones (Mal 2,2).
21 Escuchad, hermanos míos: si la bienaventurada Virgen es tan honrada, como es justo, porque lo llevó en su santísimo seno; si el Bautista se estremece dichoso y no se atreve a palpar la cabeza santa de Dios; 22si el sepulcro en que yació por algún tiempo es venerado, ¡cuan san-to, justo y digno debe ser quien toca con las manos, toma con la boca y el corazón y da a otros no a quien ha de morir. sino al que ha de vivir eternamente y está glorificado y en quien los án-geles desean sumirse en contemplación! (1Pe 1,2)
23 Considerad vuestra dignidad, hermanos sacerdotes, sed santos, porque El es santo (cf. Lev 19,2). 24Y así como os ha honrado el Señor Dios, por razón de este ministerio por encima de todos, así también vosotros, por encima de todos amadle, reverenciadle, y honradle. 25Miseria grande y miserable flaqueza que, teniéndolo así presente, os podáis preocupar de cosa alguna de este mundo. 26¡Tiemble el hombre todo entero, estremézcase el mundo todo, y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo, se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote!
27 ¡Oh celsitud admirable, condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad! ¡Oh humilde sublimidad, que el Señor de del mundo universo, Dios e Hijo de Dios, se humilla hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan! 28Mirad herma-nos, la humildad de Dios y derramad ante Él vuestros corazones (Sal 61,9); humillaos también vosotros, para ser enaltecido por El (cf. 1 Pe 5,6; St 4,10). 29En conclusión: nada de vosotros re-tengáis para vosotros mismos para que enteros os reciba el que todo entero se os entrega.
30 Amonesto por eso y exhorto en el Señor, que, en los lugares en que habitan los herma-nos, se celebre sólo una misa cada día según la forma de la santa Iglesia. 31Y si hay en el lugar más sacerdotes, conténtese cada uno, por el amor de la caridad, con oír la celebración de otro sacerdote; 32porque el Señor Jesucristo colma a los presentes y a los ausentes que de Él son dig-nos. 33 El cual, aunque se vea que está en muchos lugares, permanece, sin embargo, indivisible y no padece menoscabo alguno, sino que, siendo único en todas partes obra según le place con el Señor Dios Padre y el Espíritu Santo Paráclito por los siglos de los siglos. Amén.
34 Y porque quien es de Dios escucha las palabras de Dios (cf. Jn 8,47), por eso, los que más especialmente estamos designados para los divinos Oficios, debemos no solo escuchar y hacer lo que dice Dios, sino también custodiar los vasos y los demás objetos que sirven para los oficios y que contienen las santas palabras, para que arraigue en nosotros la celsitud de nuestro Creador y en El nuestra sujeción.
35 Amonesto por eso a todos mis hermanos y les animo en Cristo a que, donde encuen-tren palabras divinas escritas, las veneren como puedan, 36y, por lo que a ellos toca, si no están bien colocadas o en algún lugar están desparramadas indecorosamente por el suelo, las reco-jan y las repongan en su sitio, honrando al Señor en las palabras que El pronunció. 37 Pues son muchas las cosas que se santifican por medio de las palabras de Dios (cf. 1 Tm 4,5) y es en virtud de las palabras de Cristo como se realiza el sacramento del altar.
38 Además, yo confieso todos los pecados al Señor Dios, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo; a la bienaventurada María, perpetua virgen, y a todos los santos del cielo y de la tierra; al hermano H., ministro de nuestra Religión, como a mi venerable señor, y a los sacerdotes de nuestra Orden y a todos los otros mis hermanos benditos. 39En muchas cosas he caído por mi grave culpa, es-pecialmente porque no guardé la Regla que prometí al Señor, ni dije el oficio según manda la Regla o por negligencia, o por mi enfermedad, o porque soy ignorante e indocto.
40 Así, pues, encarecidamente pido, como puedo, al hermano H., mi señor ministro gene-ral, que haga que la Regla sea inviolablemente guardada por todos; 41y que los clérigos digan el oficio con devoción en la presencia de Dios, no poniendo su atención en la melodía de la voz, sino en la consonancia del alma, de manera que la voz sintonice con el alma, y el alma sintoni-ce con Dios, 42para que puedan hacer propicio a Dios por la pureza del corazón y no busquen halagar los oídos del pueblo por la sensualidad de la voz. 43Yo, pues, prometo guardar firmemen-te estas cosas, según la gracia que el Señor me dé para ello; y se las confiaré a los hermanos que están conmigo, para que las guarden en cuanto al oficio y demás disposiciones regulares.
44 Pero a los hermanos que no quieran guardar estas cosas, no los tengo por católicos ni por hermanos míos; tampoco quiero verlos ni hablarles hasta que se arrepientan. 45Esto mismo digo de todos los otros que, postergada la disciplina de la Regla, andan vagando, 46porque nuestro Señor Jesucristo dio su vida por no apartarse de la obediencia del santísimo Padre (cf. Flp 2,8).
47 Yo, el hermano Francisco, hombre inútil y criatura indigna del Señor Dios, por el Señor Jesucristo digo al hermano H., ministro de toda nuestra Religión, y a todos los ministros generales que lo serán después de él, y a los demás custodios y guardianes de los hermanos, los qué lo son y los que lo serán, que este escrito lo tengan consigo, lo pongan por obra y lo conserven cuida-dosamente. 48Y les suplico que lo que está escrito en él lo guarden solícitamente y lo hagan ob-servar con mayor diligencia, según el beneplácito de Dios omnipotente, ahora y siempre, mien-tras exista este mundo.
49 Benditos seáis del Señor (Sal 113,13) los que hagáis estas cosas y el Señor esté eterna-mente con vosotros. Amén.
50 Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, concédenos por ti mismo a nosotros, miserables, hacer lo que sabemos que quieres y querer siempre lo que te agrada, 51a fin de que, interiormente purgados, iluminados interiormente y encendidos por el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, 52y llegar, por sola tu gra-cia, a ti, Altísimo, que en perfecta Trinidad y en simple Unidad vives y reinas y estás revestido de gloria, Dios omnipotente, por todos los siglos de los siglos. Amén.
CARTAS A LOS CUSTODIOS
Primera Carta (lCtaCus)
1 A todos los custodios de los hermanos menores a quienes llegue esta carta, el hermano Francisco, vuestro siervo y pequeñuelo en el Señor: salud en las nuevas señales del cielo y de la tierra, que son grandes y muy excelentes ante Dios y que por muchos religiosos y otros hombres son considerados insignificantes.
2 Os ruego, más encarecidamente que por mí mismo, que cuando sea oportuno y os pa-rezca que conviene, supliquéis humildemente a los clérigos que veneren, por encima de todo, el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo y los santos nombres y palabras escritas del Señor que consagran el cuerpo; 3y que sean preciosos los cálices, corporales, ornamentos del altar y todo lo que sirve para el sacrificio.
4 Y si en algún lugar el santísimo cuerpo del Señor está colocado muy pobremente, sea puesto y custodiado, según el mandato de la Iglesia, en sitio precioso, y sea llevado con gran veneración y administrado a otros con discernimiento. 5Y de igual modo, donde se encuentren los nombres y palabras escritas del Señor en lugares no limpios, recójanse y colóquense en sitio decoroso.
6 Y siempre que prediquéis, exhortad al pueblo a la penitencia, y decid que nadie puede salvarse, sino el que recibe el santísimo cuerpo y sangre del Señor (cf. Jn 6,54); 7y que, cuando el sacerdote ofrece el sacrificio sobre el altar y lo traslada a otro sitio, todos, arrodillándose, rindan alabanzas, gloria y honor al Señor Dios vivo y verdadero. 8Y acerca de la alabanza de Dios, anunciad y predicad a todas las gentes que el pueblo entero, a toda hora y cuando suenan las campanas, tribute siempre alabanzas y .acciones de gracias al Dios omnipotente en toda la tierra.
9 Y sepan que tienen la bendición del Señor Dios y la mía todos mis hermanos custodios que reciban este escrito, lo copien y lo guarden consigo, y hagan sacar copias para los herma-nos que tienen el oficio de la predicación y el de la custodia de los hermanos, y prediquen hasta el fin todas las cosas que se contienen en este escrito. 10Y todo esto, por verdadera v santa obe-diencia. Amén.
Segunda Carta (2CtaCus)
1 A todos los custodios de los hermanos menores a quienes llegue esta carta, el hermano Francisco, el menor de los siervos de Dios: salud y santa paz en el Señor.
2 Sabed que a los ojos de Dios hay algunas cosas muy altas y sublimes, que a veces son consideradas entre los hombres como viles y bajas; 3y hay otras que son estimadas y respetables entre los hombres, pero que por Dios son tenidas como vilísimas y despreciables.
4 Os ruego cuanto puedo, ante nuestro Señor Dios, que aquella carta que trata del santí-simo cuerpo y sangre de nuestro Señor se la deis a los obispos y a otros clérigos 5y que retengáis en la memoria lo que sobre esto os hemos recomendado.
6 De la otra carta que os envío para que se la deis a los podestás, cónsules y regidores, y en que se dice que se pregonen por pueblos y plazas las alabanzas de Dios, haced en seguida muchas copias 7y repartidlas con mucha diligencia a los destinatarios.
CARTA A UN MINISTRO (CtaM)
1 Al hermano N., ministro:
El Señor te bendiga.
2 Te hablo, como mejor puedo, del caso de tu alma: todas las cosas que te impiden amar al Señor Dios y cualquiera que te ponga estorbo, se trate de hermanos u otros, aun-que lleguen a azotarte, debes considerarlo como gracia. 3Y quiérelo así y no otra cosa. 4Y cúmplelo por verdadera obediencia al Señor Dios y a mí, pues sé firmemente que ésta es verdadera obediencia.
5 Y ama a los que esto te hacen. 6Y no pretendas de ellos otra cosa, sino cuanto el Señor te dé. 7 Y ámalos en esto, y tú no exijas que sean cristianos mejores. 8Y que te valga esto más que vivir en un eremitorio.
9 Y en esto quiero conocer que amas al Señor y me amas a mí, siervo suyo y tuyo: si procedes así: que no haya en el mundo hermano, que haya pecado todo cuanto haya podido pecar, que se aleje jamás de ti después de haber contemplado tus ojos sin haber obtenido tu misericordia, si busca misericordia. 10Y, si no busca misericordia, pregúntale tú si quiere misericordia. 11Y, si mil veces volviere a pecar ante tus propios ojos, ámale más que a mí, para atraerlo al Señor; y ten siempre misericordia de los tales. 12Y, cuando pue-das, comunica a los guardianes que por tu parte estás resuelto a comportarte así.
13 Por lo demás, de todos aquellos capítulos de la Regla que hablan de pecados mor-tales, con la ayuda de Dios y el consejo de los hermanos, haremos uno solo de este géne-ro en el capítulo de Pentecostés:
14 Si alguno de los hermanos, por instigación del enemigo, peca mortalmente, esté obligado, por obediencia, a recurrir a su guardián.
15 Y ninguno de los hermanos que sepa que ha pecado lo abochorne ni lo critique, sino tenga para con él gran misericordia y mantenga muy en secreto el pecado de su hermano, porque no son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos (Mt 9,12).
16 Asimismo, los hermanos están obligados, por obediencia, a remitirlo con un compañero a su custodio. 17Y el custodio mismo provea misericordiosamente, como que-rría que se hiciera con él en caso semejante.
18 Y si el hermano cae en otro pecado, venial, confiéselo a un hermano suyo sa-cerdote. 19Y, si no hay allí sacerdote, confiéselo a un hermano suyo, hasta que tenga sa-cerdote que lo absuelva canónicamente, como está dicho. 20Y éstos no tengan en abso-luto potestad de imponer ninguna otra penitencia que ésta: Vete y no peques más (cf. Jn 8,11).
21 Este escrito, para que mejor se guarde, tenlo contigo hasta Pentecostés; allí es-tarás con tus hermanos. 22Y estas cosas, y todas las otras que se echan de menos en la Regla, las procurareis completar con la ayuda del Señor Dios.
CARTA AL HERMANO LEÓN (CtaL)
1 Hermano León, tu hermano Francisco: salud y paz.
2 Te hablo, hijo, como una madre. En esta palabra dispongo y te aconsejo abreviada-mente todas las que hemos dicho en el camino; y si después tienes necesidad de venir a mí en busca de consejo, mi consejo es éste:
3 Compórtate, con la bendición de Dios y mi obediencia, como mejor te parezca que agradas al Señor Dios y sigues sus huellas y pobreza.
4 Y si te es necesario para tu alma por motivo de otro consuelo y quieres venir a mí, ven, León.
CARTA A SAN ANTONIO (CtaAnt)
1Al hermano Antonio, mi obispo, el hermano Francisco: salud.
2Me agrada que enseñes la sagrada teología a los hermanos, a condición de que, por razón de este estudio, no apagues el espíritu de la oración y devoción, como se contiene en la Regla.
AVISOS ESPIRITUALES
Admonición 1. EL CUERPO DEL SEÑOR
1 Dice el Señor Jesús a sus discípulos: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie llega al Padre sino por mí. 2Si me conocierais a mí, conoceríais, por cierto, también a mi Padre; y desde ahora lo conoceréis y lo habéis visto. 3Felipe le dice: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. 4Le dice Jesús: Tanto tiempo llevo con vosotros, ¿y no me habéis conocido? Felipe, el que me ve a mí, ve también a mi Padre (Jn 14,6-9).
5 El Padre habita en una luz inaccesible (cf. 1 Tm 6,15), y Dios es espíritu (Jn 4,24), y a Dios nadie lo ha visto jamás (Jn 1,18). 6Y no puede ser visto Sino en el espíritu, porque el espíritu es el que vivifica; la carne no es de provecho en absoluto(Jn 6,63). 7Ni siquiera el Hijo es visto por na-die en lo que es igual al Padre, de forma distinta que el Padre, de forma distinta que el Espíritu Santo.
8 Por eso, todos los que vieron según la humanidad al Señor Jesús y no lo vieron ni creye-ron, según el espíritu y la divinidad, que El era el verdadero Hijo de Dios, quedaron condenados; 9del mismo modo ahora, todos los que ven el sacramento, que se consagra por las palabras del Señor sobre el altar por manos del sacerdote en forma de pan y de vino, y no ven ni creen, se-gún el espíritu y la divinidad, que es verdaderamente el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, están condenados, 10 como atestigua el Altísimo mismo, que dice: Esto es mi cuerpo y la sangre de mi nuevo testamento, que será derramada por muchos (Mc 14,22.24); y: 11Quien come mi carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna (cf. Jn 6,55)
12 Así, pues, es el espíritu del Señor, que habita en sus fieles, el que recibe el santísimo cuerpo y sangre del Señor. 13Todos los otros, que no participan de ese mismo espíritu y presumen recibirlo, se comen y beben su sentencia (cf. 1 Co 11,29).
14 Por eso, ¡Oh Hijos de los hombres!, ¿Hasta cuándo seréis duros de corazón? (Sal 4,3). 15¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? (cf. Jn 9,35). 16Ved que diaria-mente se humilla (cf. Flp 2,8), como cuando desde el trono real, (Sb 18,15) descendió al seno de la Virgen; 17diariamente viene a nosotros El mismo en humilde apariencia; 18diariamente des-ciende del seno del Padre al altar en manos del sacerdote. 19Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan consa-grado. 20Y lo mismo que ellos con la vista corporal veían solamente su carne, pero con los ojos que contemplan espiritualmente creían que El era Dios, 21así también nosotros, al ver con los ojos corporales el pan y el vino, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero.
22 Y de esta manera está siempre el Señor con sus fieles, como El mismo dice: Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (cf. Mt 28,20).
Admonición 2. EL MAL DE LA VOLUNTAD PROPIA
1 Dijo el Señor a Adán: De todo árbol puedes comer, pero no comas del árbol del bien y del mal (cf. Gn 2,16-17).
2 Podía comer de todo árbol del paraíso, porque no cometió pecado mientras no con-travino la obediencia. 3Come, en efecto, del árbol de la ciencia del bien el que se apropia para sí su voluntad y se enaltece de lo bueno que el Señor dice o hace en él; 4y de esta manera, por la sugestión del diablo y por la transgresión del mandamiento, lo que comió se convirtió en fruto de la ciencia del mal. 5Por eso es preciso que cargue con el castigo.
Admonición 3. LA VERDADERA OBEDIENCIA
1 Dice el Señor en el Evangelio: Quien no renuncie a todo lo que posee, no puede ser dis-cípulo mío (LC 14,33); y: 2Quien quiera poner a salvo su vida, la perderá (LC 9,24).
3 Abandona todo lo que posee y pierde su cuerpo aquel que se entrega a sí mismo to-talmente a la obediencia en manos de su prelado. 4Y todo cuanto hace y dice, si sabe que no está contra la voluntad del prelado y mientras sea bueno lo que hace, constituye verdadera obediencia.
5 Y si alguna vez el súbdito ve algo que es mejor y de más provecho para su alma que lo que le manda el prelado, sacrifique lo suyo voluntariamente a Dios y procure, en cambio, poner por obra lo que le manda el prelado. 6Pues ésta es la obediencia caritativa (cf. 1 Pe 1,22), por-que cumple con Dios y con el prójimo.
7 Pero, si el prelado le manda algo que está contra su alma, aunque no le obedezca, no por eso lo abandone. 8Y si por ello ha de soportar persecución por parte de algunos, ámelos más por Dios. 9Porque quien prefiere padecer la persecución antes que separarse de sus hermanos, se mantiene verdaderamente en la obediencia perfecta, ya que entrega su alma (cf. In 15.13) por sus hermanos.
10 Pues hay muchos religiosos que, so pretexto de que ven cosas mejores que las que mandan sus prelados, miran atrás (cf. LC 9,62) y tornan al vómito de la voluntad propia (cf. Pr 26,11; 2Pe 2,22); 11éstos son homicidas, y, a causa de sus malos ejemplos, hacen perderse a mu-chas almas.
Admonición 4. NADIE SE APROPIE LA PRELACÍA
1 No vine a ser servido, sino a servir (Cf Mt 20,28), dice el Señor.
2 Los que han sido constituidos sobre otros, gloríense de tal prelacía tanto como si estuvie-sen encargados del oficio de lavar los pies a los hermanos. 3Y cuanto más se alteren por quitár-seles la prelacía que el oficio de lavar los pies, tanto más atesoran en sus bolsas para peligro del alma (cf. Jn 12,6)
Admonición 5. NADIE SE ENORGULLEZCA, SINO GLORÍESE EN LA CRUZ DEL SEÑOR
1 Repara, ¡oh hombre!, en cuán grande excelencia te ha constituido el Señor Dios, pues te creó y formó a imagen de su querido Hijo según el cuerpo y a su semejanza según el espíritu (cf. Gn 1,26). 2Y todas las criaturas que están bajo el cielo sirven, conocen y obedecen, a su modo, a su Creador mejor que tú. 3Y aun los mismos demonios no fueron los que le crucificaron, sino fuiste tú el que con ellos le crucificaste, y todavía le crucificas al deleitarte en vicios y peca-dos. 4¿De qué, pues, puedes gloriarte?
5 Pues, aunque fueses tan agudo y sabio que tuvieses toda la ciencia (cf. 1 Co 13,2) y su-pieses interpretar toda clase de lenguas (cf. 1 Co 12,28) y escudriñar agudamente las cosas celestiales, no puedes gloriarte de ninguna de estas cosas; 6pues un solo demonio sabía de las cosas celestiales, y sabe ahora de las terrenas más que todos los hombres, aunque hubiera al-guno que recibiera del Señor un conocimiento especial de la suma sabiduría.
7 Asimismo, aunque fueses el más hermoso y rico de todos y aunque hicieses tales maravi-llas que pusieses en fuga a los demonios, todas estas cosas te son perjudiciales, y nada de ello te pertenece y de ninguna de ellas te puedes gloriar.
8 Por el contrario, es en esto en lo que podemos gloriarnos: en nuestras flaquezas (cf. 2Co 12,5) y en llevar a cuestas diariamente la santa cruz de nuestro Señor Jesucristo (cf. Lc 14,27).
Admonición 6. IMITACIÓN DEL SEÑOR
1 Reparemos todos los hermanos en el buen Pastor, que por salvar a sus ovejas soportó la pasión de la cruz
2 Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y la persecución, en el sonrojo y el hambre, en la debilidad y la tentación, y en todo lo demás; y por ello recibieron del Señor la vida sempiterna.
3 Por eso es grandemente vergonzoso para nosotros los siervos de Dios que los santos hicieron las obras, y nosotros, con narrarlas, queremos recibir gloria y honor.
Admonición 7. AL SABER SIGA EL BIEN OBRAR
1 Dice el Apóstol: La letra mata, pero el espíritu vivifica (2 Co 3,6).
2 Son matados por la letra los que únicamente desean saber las solas palabras, para ser tenidos por más sabios entre los otros y poder adquirir grandes riquezas que legar a sus consan-guíneos y amigos.
3 También son matados por la letra los religiosos que no quieren seguir el espíritu de las di-vinas letras, sino prefieren saber sólo las palabras e interpretarlas para otros.
4 Y son vivificados por el espíritu de las divinas letras quienes no atribuyen al cuerpo toda la letra que saben y desean saber, sino que con la palabra, y el ejemplo se la restituyen al altísi-mo Señor Dios, de quien es todo bien.
Admonición 8. EVÍTESE EL PECADO DE ENVIDIA
1 Dice el Apóstol: Nadie puede decir: Jesús es el Señor sino en el Espíritu Santo (cf. 1 Co 12,3); y: 2No hay quien haga el bien, no hay ni uno solo (Rm 3,12).
3 Por lo tanto, todo el que envidia a su hermano por el bien que el Señor dice o hace en él, incurre en un pecado de blasfemia, porque envidia al Altísimo mismo (cf. Mt 20,15), que es quien dice y hace todo bien.
Admonición 9. EL AMOR
1 Dice el Señor: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian y orad por los que os persiguen y calumnian (Mt 5,44).
2 Así, pues, ama de veras a su enemigo el que no se duele de la injuria que se le hace, 3si-no que por el amor de Dios se requema por el pecado que hay en su alma. 4Y muéstrele su amor con obras.
Admonición 10. SUJECIÓN DEL CUERPO
1 Hay muchos que, al pecar o al recibir una injuria, echan frecuentemente la culpa al enemigo o al prójimo.
2 Pero no es así, porque cada uno tiene en su dominio al enemigo, o sea, al cuerpo, me-diante el cual peca.
3 Por eso, dichoso aquel siervo que a tal enemigo, entregado a su dominio, lo mantiene siempre cautivo y se defiende sabiamente de él; 4porque, mientras hiciere esto, ningún otro enemigo visible o invisible le podrá dañar.
Admonición 11. ACTITUD ANTE EL PECADO AJENO
1 Nada debe disgustar al siervo de Dios fuera del pecado.
2 Y sea cual fuere el pecado que una persona cometa, si, debido a ello y no movido por la caridad, el siervo de Dios se altera o se enoja, atesora culpas (cf. Rm 2,5).
3 El siervo de Dios que no se enoja ni se turba por cosa alguna, vive, en verdad, sin nada propio.
4 Y dichoso es quien nada retiene para sí, restituyendo al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios (Mt 22,21).
Admonición 12. COMO CONOCER EL ESPÍRITU DEL SEÑOR
1 Así puede conocerse si el siervo de Dios tiene el espíritu del Señor: 2si, cuando el Señor obra por medio de el algo bueno, no por ello se enaltece su carne, pues siempre es opuesta a todo lo bueno, 3sino, más bien, se considera a sus ojos más vil y se estima menor que todos los otros hombres.
Admonición 13. LA PACIENCIA
1 Dichosos los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9).
2 El siervo de Dios no puede saber cuánta paciencia y humildad posee mientras todo le vaya a satisfacción. 3Mas cuanta paciencia y humildad muestra el día en que !e contratarían quienes debieran darle satisfacción, tanta tiene y no más .
Admonición 14. LA POBREZA DE ESPÍRITU
1 Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3).
2 Hay muchos que permanecen constantes en la oración y en los divinos oficios y hacen muchas abstinencias y mortificaciones corporales, 3pero por sola una palabra que parece ser injuriosa para sus cuerpos o por cualquier cosa que se les quite, se escandalizan y en seguida se alteran. 4Estos tales no son pobres de espíritu; porque quien es de verdad pobre de espíritu, se odia a sí mismo y ama a los que le golpeen en la mejilla (cf. Mt 5,39).
Admonición 15. LA PAZ
1 Dichosos los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9).
2 Son verdaderamente pacíficos aquellos que, en medio de todas las cosas que pade-cen en este siglo, conservan, por el amor de nuestro Señor Jesucristo, la paz de alma y cuerpo.
Admonición 16. LA LIMPIEZA DE CORAZÓN
1 Dichosos los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios (Mt ).
2 Son verdaderamente de corazón limpio los que desprecian lo terreno, buscan lo celes-tial y nunca dejan de adorar y contemplar al Señor Dios vivo y verdadero con corazón y ánimo limpio.
Admonición 17. EL SIERVO DE DIOS HUMILDE
1 Dichoso aquel siervo que no se enaltece más por él bien que el Señor dice y obra por su medio, que por el que dice y obra por medio de otro.
2 Comete pecado quien prefiere recibir de su prójimo mientras él no quiere dar de sí al Señor Dios.
Admonición 18. COMPASIÓN Y POBREZA INTERIOR
1 Dichoso el que soporta a su prójimo en su fragilidad como querría que se le soportara a él si estuviese en caso semejante.
2 Dichoso el siervo que restituye todos los bienes al Señor Dios, porque quien se reserva al-go para sí, esconde en sí mismo el dinero de su Señor Dios (cf. Mt 25,1 8), y lo que creía tener se le quitará (Lc 8,1 8).
Admonición 19. EL PRELADO HUMILDE
1 Dichoso el siervo que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y enaltecido por los hombres que cuando es tenido por vil, simple y despreciable, 2porque cuanto es el hombre ante Dios, tanto es y no más.
3 ¡Ay de aquel religioso que ha sido colocado en lo alto por los otros y no quiere abajarse por su voluntad!
4 Y dichoso aquel siervo que no es colocado en lo alto por su voluntad y desea estar siem-pre a los pies de otros.
Admonición 20. LA ALEGRÍA ESPIRITUAL Y LA VANA
1 Dichoso aquel religioso que no tiene placer y alegría sino en las santísimas palabras y obras del Señor, 2y con ellas incita a los hombres al amor de Dios en gozo y alegría (cf. Sal 50,10).
3 ¡Ay de aquel religioso que se deleita en palabras ociosas y vanas y con ellas incita a los hombres a la risa!
Admonición 21. NO SE BUSQUE LA RECOMPENSA HUMANA
1 Dichoso el siervo que, cuando habla, no descubre todas sus cosas con la mira en la re-compensa y no incurre en ligereza al hablar (cf. Pr 29,20), sino que previene sabiamente lo que ha de decir y responder.
2 ¡Ay de aquel religioso que no retiene en su corazón los favores que el Señor le manifiesta y, en vez de darlos a conocer a los demás por las obras, prefiere manifestarlos a los hombres por medio de palabras con la mira en la recompensa. 3Este tal recibe su recompensa (cf. Mt 6,2; 6,16), y poco fruto cosechan los que le oyen.
Admonición 22. LA HUMILDAD EN LA CORRECCIÓN
1 Dichoso el siervo capaz de soportar con igual paciencia la instrucción, acusación y re-prensión que le viene de otro como la que se da a sí mismo.
2 Dichoso el siervo que, al ser reprendido, acata benignamente, se somete con modestia, confiesa humildemente y expía de buen grado.
3 Dichoso el siervo que no tiene prisa para excusarse y soporta humildemente el sonrojo y la reprensión por un pecado en el que no tiene culpa.
Admonición 23. MÁS SOBRE LA HUMILDAD
1 Dichoso el siervo que es hallado tan humilde entre sus súbditos como lo sería si se encon-trase entre sus señores.
2 Dichoso el siervo que siempre se mantiene bajo la vara de la corrección.
3 Es siervo fiel y prudente (cf. Mt 24,45) el que en ninguna caída tarda en reprenderse inte-riormente por la contrición, y exteriormente por la confesión y la satisfacción de obra.
Admonición 24. EL AMOR VERDADERO
Dichoso el siervo que ama tanto a su hermano cuando está enfermo y no puede corres-ponderle como cuando está sano y puede corresponderle.
Admonición 25. MÁS SOBRE EL AMOR
Dichoso el siervo que tanto ama y respeta a su hermano cuando está lejos de él como cuando está con él, y no dice detrás de él nada que no pueda decir con caridad delante de él.
Admonición 26. LOS SIERVOS DE DIOS HONREN A LOS CLÉRIGOS
1 Dichoso el siervo que mantiene la fe en los clérigos que viven verdaderamente según la forma de la Iglesia romana.
2 Y ¡ay de aquellos que los desprecian!; pues, aun cuando sean pecadores, nadie, sin embargo, debe juzgarlos, porque el Señor mismo se reserva para sí sólo el juicio sobre ellos.
3 Pues cuanto más grande es el ministerio que tienen del santísimo cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, que ellos reciben y ellos solos administran a otros, 4tanto más pecado tienen los que pecan contra ellos que los que lo hacen contra todos los otros hombres de este mundo.
Admonición 27. LA VIRTUD AHUYENTA AL VICIO
1 Donde hay caridad y sabiduría no hay temor ni ignorancia.
2 Donde hay paciencia y humildad, no hay ira ni desasosiego.
3 Donde hay pobreza con alegría no hay codicia ni avaricia.
4 Donde hay quietud y meditación, no hay preocupación ni disipación.
5 Donde hay temor de Dios que guarda la entrada (cf. Lc 11,21), no hay enemigo que tenga modo de entrar en la casa.
6 Donde hay misericordia y discreción, no hay superfluidad ni endurecimiento.
Admonición 28. OCÚLTESE EL BIEN PARA QUE NO SE MALOGRE
1 Dichoso el siervo que atesora en el cielo (cf. Mt 6,20) los bienes que el Señor le muestra, y no desea, con la mira en la recompensa, ponerlos de manifiesto a los hombres, 2porque el Altísimo mismo pondrá de manifiesto sus obras a quienes le agrade.
3 Dichoso el siervo que guarda en su corazón (cf. LC 2.19.51) los secretos del Señor.
LA VERDADERA Y PERFECTA ALEGRÍA (VerAI)
1 Cierto día, el bienaventurado Francisco, estando en Santa María, llamó al hermano León y le dijo:
-Hermano León, escribe.
2 Este le respondió:
-Ya estoy listo.
3 -Escribe- le dijo- cuál es la verdadera alegría:
4 Llega un mensajero y dice que todos los maestros de París han venido a la Orden. Escri-be:. "No es verdadera Alegría".
5 Y también que han venido a la Orden todos los prelados ultramontanos, arzobispos y obispos; que también el rey de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: "No es verdadera Alegría".
6 Igualmente, que mis hermanos han ido a los infieles y han convertido a todos ellos a la fe. Además, que he recibido yo de Dios una gracia tan grande, que curo enfermos y hago mu-chos milagros. Te digo que en todas estas cosas no está la verdadera alegría.
7 Pues ¿cuál es la verdadera alegría?
8 Vuelvo de Perusa y, ya de noche avanzada, llego aquí; es tiempo de invierno, todo está embarrado y el frío es tan grande, que en los bordes de la túnica se forman carámbanos de agua fría congelada, que hacen heridas en las piernas hasta brotar sangre de las mismas.
9 Y todo embarrado, helado y aterido, me llego a la puerta y, después de estar un buen rato tocando y llamando, acude el hermano y pregunta:
-¿Quién es?
Yo respondo:
-El hermano Francisco.
10 Y él dice:
-Largo de aquí. No es hora decente para andar de camino. Aquí no entras.
11 Y, al insistir yo de nuevo, contesta:
-Largo de aquí. Tú eres un simple y un paleto. Ya no vas a venir con nosotros. Nosotros somos tantos y tales, que no te necesitamos.
12 Y yo vuelvo a la puerta y digo:
-Por amor de Dios, acogedme por esta noche.
13 Y él responde:
-No me da la gana. Vete al lugar de los crucíferos y pide allí.
14 Te digo: si he tenido paciencia y no he perdido la calma en esto está la verdadera alegría, y también la verdadera virtud y el bien del alma.
TEXTOS LEGISLATIVOS
REGLA NO BULADA (Rnb)
CAPÍTULO I
LOS HERMANOS DEBEN VIVIR SIN NADA PROPIO Y EN CASTIDAD Y OBEDIENCIA
1Esta es la regla y vida de los hermanos: vivir en obediencia, en castidad y sin nada pro-pio , y seguir la doctrina y las huellas de nuestro Señor Jesucristo, 2el cual dice: Si quieres ser per-fecto, vete y vende todas las cosas (cf. Lc 18,22) que tienes y dáselas a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven, sígueme (Mt 19,21). 3Y también: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame (Mt 16,24). 4Asimismo: Si alguno quiere venir a mí y no odia padre y madre, mujer e hijos y hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío (Lc 14,26). 5Y: Todo el que haya abandonado padreo madre, hermanos o her-manas, mujer o hijos, casas o campos, por mi causa, recibirá cien veces más y poseerá la vida eterna (cf. Mt 19,29; Mc 10,29; Lc 18,29).
CAPÍTULO II
ADMISIÓN Y VESTIDO DE LOS HERMANOS
1Si alguno, queriendo, por divina inspiración, abrazar esta vida viene a nuestros herma-nos, sea recibido benignamente por ellos. 2Y, si está resuelto a tomar nuestra vida, guárdense mucho los hermanos de entrometerse en sus negocios temporales y preséntenlo cuanto antes a su ministro. 3Y el ministro acójalo benignamente y anímelo y expóngale con esmero el tenor de nuestra vida. 4Cumplido esto, el mencionado aspirante venda todas sus cosas y procure distri-buírselo todo a !os pobres, si quiere y puede hacerlo según el espíritu sin Impedimento. 5Guárdense los hermanos, y también su ministro, de entrometerse de ninguna manera en sus negocios, 6y de recibir dinero alguno ni por sí mismos ni por intermediarios. 7Sin embargo, si lo precisan, por causa de esta necesidad, pueden los hermanos recibir, al igual que los otros po-bres, las cosas necesarias al cuerpo, excepto el dinero.
8Y, a su regreso, el ministro concédale para un año las prendas del tiempo de la proba-ción, a saber: dos túnicas sin capucha, el cordón los calzones y el capotillo hasta el cordón. 9Y, cumplido el año y término de la probación, sea recibido a la obediencia. 10En adelante no le estará permitido pasar a otra Religión, ni tampoco«vagar fuera de la obediencia" , conforme al mandato del señor Papa y según el Evangelio; porque nadie que pone mano al arado y mira atrás es apto para el reino de Dios (Lc 9,62). 11Pero, si se presenta alguno que tiene voluntad espiritual de dar sus bienes y está impedido para hacerlo, abandónelos y le basta. 12Nadie sea recibido contra la forma e institución de la santa Iglesia.
13Pero los otros hermanos que han prometido obediencia, tengan una túnica con capu-cha, y otra sin capucha si fuere necesario, y el cordón y los calzones. 14Y todos los hermanos vistan ropas viles, y puedan, con la bendición de Dios, remendarlas de sayal y de otros retales; porque dice el Señor en el Evangelio: Los que visten con lujo y viven entre placeres (Lc 7,25) y los que visten muellemente, en las casas de los reyes están (Mt 11,8). 15Y, aunque les tachen de hipócritas, sin embargo, no cesen de obrar bien, ni busquen en este siglo vestidos caros, para que puedan tener vestido en el reino de los cielos.
CAPÍTULO III
EL OFICIO DIVINO Y EL AYUNO
1Dice el Señor: Esta ralea de demonios no puede salir más que a fuerza de ayuno y ora-ción (cf. Mc 8,28); 2y de nuevo: Cuando ayunéis, no os pongáis tristes como los hipócritas (Mt 6,16).
3Por esto, todos los hermanos, clérigos y laicos, cumplan con el oficio divino, las alaban-zas y las oraciones según deben. 4Los clérigos cumplan con el oficio y digan por los vivos y por los difuntos lo que es costumbre entre los clérigos. 5Y por los defectos y negligencias de los her-manos digan cada día un miserere (Sal 50) con un padrenuestro; 6y por los hermanos difuntos digan el de profundis (Sal 129) con un padrenuestro. 7Y pueden tener solamente los libros nece-sarios para cumplir con su oficio. 8Y también a los laicos que saben leer el salterio les está permi-tido tenerlo. 9Pero a los demás, ignorantes de las letras, no les está permitido tener ningún libro.
10Los laicos digan el credo y veinticuatro padrenuestros con el gloria por maitines; por laudes, cinco; por prima, el credo y siete padrenuestros con el gloria; por tercia, sexta y nona y en cada hora, siete; por vísperas, doce; por completas, siete padrenuestros con el requiem; y por los defectos y negligencias de los hermanos, tres padrenuestros cada día.
11Y todos los hermanos guarden, asimismo, el ayuno desde la fiesta de Todos los Santos hasta la Navidad y desde la Epifanía, cuando nuestro Señor Jesucristo comenzó a ayunar, hasta la Pascua. 12Fuera de estos tiempos, no estén obligados a guardar el ayuno, según nuestra vida, sino el viernes. 13Y, según el Evangelio (cf. Lc 0,8), puedan comer de cuantos manjares les ofrez-can.
CAPÍTULO IV
RELACIONES ENTRE LOS MINISTROS Y LOS OTROS HERMANOS
1¡En el nombre del Señor!
2Todos los hermanos que son constituidos ministros y siervos de los otros hermanos, distri-buyan a éstos en las provincias y en los lugares donde estén, visítenlos frecuentemente y amo-néstenlos y anímenlos espiritualmente.
3Y todos los otros mis benditos hermanos obedézcanles prontamente en lo que mira a la salvación del alma y no está en contra de nuestra vida.
4Y pórtense entre sí como dice el Señor: Todo lo que quisierais que os hicieran los hom-bres, hacédselo también vosotros a ellos (Mt 7,12); 5y: No hagas a otro lo que no quieres que se te haga a ti (Tb 4,15).
6Y recuerden los ministros y siervos que dice el Señor: No vine a ser servido, sino a servir (Mt 20,28), y que les ha sido confiado el cuidado de las almas de los hermanos, de las cuales tendrán que rendir cuentas en el día del juicio (cf. Mt 12,36) ante el Señor Jesucristo si alguno se pierde por su culpa y mal ejemplo.
CAPÍTULO V
LA CORRECCIÓN FRATERNA
1Por lo tanto, custodiad vuestras almas y las de vuestros hermanos, porque horrendo es caer en las manos del Dios vivo (Hb 10,31).
2Pero si alguno de los ministros manda a un hermano algo contra nuestra vida o contra su alma, el tal hermano no esté obligado a obedecerle, pues no hay obediencia allí donde se comete delito o pecado. 3Sin embargo, todos los hermanos que están bajo los ministros y siervos consideren razonable y atentamente la conducta de los ministros y siervos; 4y si vieren que algu-no de ellos se comporta carnal y no espiritualmente en conformidad con nuestra vida, y que, después de una tercera amonestación, no se enmienda, denúncienlo en el Capítulo de Pente-costés al ministro y siervo de toda la fraternidad, sin que oposición alguna se lo impida.
5Y si entre los hermanos, estén donde estén, hay alguno que quiere proceder según la carne y no según el espíritu, los hermanos con quienes está amonéstenlo, instrúyanlo y corríjanlo humilde y diligentemente. 6Y si sucede que después de una tercera amonestación no quiere enmendarse, remítanlo, lo más pronto que puedan, a su ministro y siervo, o háganselo saber, y el ministro y siervo obrará con él como mejor le parezca que conviene según Dios.
7Y guárdense todos los hermanos, tanto los ministros y siervos como los otros, de turbarse o airarse por el pecado o el mal del hermano, pues el diablo quiere echar a perder a muchos por el delito de uno sólo; 8más bien, ayuden espiritualmente, como mejor puedan, al que pecó, ya que no necesitan de médico los sanos, sino los enfermos (cf. Mt 9,12 y Mc 2,17).
9Igualmente, a este propósito, ninguno de los hermanos tenga potestad o dominio, y menos entre ellos. 10Pues, como dice el Señor en el Evangelio, los príncipes de los pueblos se enseñorean de ellos y los que son mayores ejercen el poder en ellos; 11no será así entre los her-manos (cf. Mt 20,25 - 26); y todo el que quiera hacerse mayor entre ellos, sea su ministro y siervo, 12y el que es mayor entre ellos, hágase como el menor (cf. Lc 22,26).
13Y ningún hermano haga mal o hable mal a otro; 14sino, más bien, por la caridad del es-píritu, sírvanse y obedézcanse unos a otros de buen grado (cf. Ga 5,3). 15Y ésta es la verdadera y santa obediencia de nuestro Señor Jesucristo.
16Y todos los hermanos, cuantas veces se aparten de los mandatos del Señor y vaguen fuera de la obediencia, sepan que fuera de la obediencia, como dice el profeta (Sal 111,21), son malditos mientras permanezcan a sabiendas en tal pecado. 17Y mientras perseveren en los mandatos del Señor, que prometieron por el santo Evangelio y por su forma de vida, sepan que se mantienen en la verdadera obediencia, y sean benditos del Señor.
CAPÍTULO VI
RECURSO DE LOS HERMANOS A LOS MINISTROS Y QUE NINGÚN HERMANO SE LLAME PRIOR
1Los hermanos, dondequiera que estén, si no pueden guardar nuestra vida, recurran, lo antes posible, a su ministro, poniéndolo en su conocimiento. 2Y el ministro procure proveer tal como querría que se hiciese con él si se encontrase en caso semejante.
3Y nadie sea llamado prior, mas todos sin excepción llámense hermanos menores. 4Y lá-vense los pies el uno al otro (cf. Jn 13,14).
CAPÍTULO VII
MODO DE SERVIR Y TRABAJAR
1Los hermanos, dondequiera que se encuentren sirviendo o trabajando en casa de otros, no sean mayordomos ni cancilleres ni estén al frente en las casas en que sirven, ni acepten nin-gún oficio que engendre escándalo o cause perjuicio a su alma (cf. Mc 8,36), 2sino sean meno-res y estén sujetos a todos los que se hallan en la misma casa.
3Y los hermanos que saben trabajar, trabajen y ejerzan el oficio que conozcan, siempre que no sea contra la salud del alma y pueda realizarse decorosamente. 4Pues dice el profeta: Comerás los frutos de tus trabajos, dichoso eres y te irá bien (Sal 127,2); 5y el Apóstol: El que no quiere trabajar, no coma (cf. 2 Tes 3,10); 6y también: Cada uno permanezca en el arte y oficio en el que ha sido llamado (cf. 1 Co 7,24). 7Y por el trabajo puedan recibir todas las cosas que son necesarias, menos dinero. 8Y, cuando sea menester, vayan por limosna como los otros po-bres. 9Y puedan tener las herramientas e instrumentos convenientes para sus oficios.
10Todos los hermanos procuren ejercitarse en obras buenas, porque escrito está: Haz siempre algo bueno, para que el diablo te encuentre ocupado. 11Y además: «La ociosidad es enemiga del alma. » 12Por eso, los siervos de Dios deben entregarse constantemente a la oración o a alguna obra buena.
13Guárdense los hermanos, dondequiera que estén, en eremitorios o en otros lugares, de apropiarse para sí ningún lugar, ni de vedárselo a nadie. 14Y todo aquel que venga a ellos, ami-go o adversario, ladrón o bandido, sea acogido benignamente. 15Y, dondequiera que estén o en cualquier lugar en que se encuentren unos con otros, los hermanos deben tratarse espiritual y amorosamente y honrarse mutuamente sin murmuración (1 Pe 4,9). 16Y guárdense de mostrarse tristes exteriormente o hipócritamente ceñudos; muéstrense, más bien, gozosos en el Señor (cf. Flp 4,4) y alegres y debidamente agradables.
CAPÍTULO VIII
LOS HERMANOS NO RECIBAN DINERO
1El Señor manda en el Evangelio: Mirad, guardaos de toda malicia y avaricia; 2y también: Precaveos de la solicitud de este siglo y de las preocupaciones de esta vida (cf. Lc 12,15; 21,34).
3Por eso, ninguno de los hermanos, dondequiera que esté y dondequiera que vaya, to-me ni reciba ni haga recibir en modo alguno moneda o dinero ni por razón de vestidos ni de libros, ni en concepto de salario por cualquier trabajo; en suma, por ninguna razón, como no sea en caso de manifiesta necesidad de los hermanos enfermos; porque no debemos tener en más ni considerar más provechosos los dineros y la pecunia que las piedras. 4Y el diablo quiere cegar a quienes los codician y estiman más que las piedras.
5Guardémonos, por lo tanto, los que lo hemos dejado todo (cf. Mt 19,27), de perder, por tan poquita cosa, el reino de los cielos.
6Y si en algún lugar encontráramos dineros, no les demos más importancia que al polvo que pisamos, porque vanidad de vanidades y todo vanidad (Eclo 1,2).
7Y si acaso -¡ojalá no suceda!- ocurriera que algún hermano recoge o tiene pecunia o dinero, exceptuada tan sólo la mencionada necesidad de los enfermos, tengámoslo todos los hermanos por hermano falso y apóstata, ladrón y bandido, y como a quien tiene bolsa (cf. Jn 12,6), a no ser que se arrepienta de veras.
8Y los hermanos de ningún modo reciban ni hagan recibir, ni pidan ni hagan pedir, pe-cunia como limosna, ni dinero para algunas casas o lugares; ni acompañen a quien busca pe-cunia o dinero para tales lugares; 9pero los hermanos se pueden realizar, en favor de esos luga-res, otros servicios que no sean contrarios a nuestra vida.
10Con todo, los hermanos, en caso de evidente necesidad de los leprosos, pueden pedir limosna para ellos. 11Pero guárdense mucho de la pecunia.
12Asimismo, guárdense todos los hermanos de andar corriendo mundo por ningún nego-cio turbio.
CAPÍTULO IX
LA MENDICACIÓN
1Empéñense todos los hermanos en seguir la humildad y pobreza de nuestro Señor Jesu-cristo y recuerden que nada hemos de tener de este mundo, sino que, como dice el Apóstol, estamos contentos teniendo qué comer y con qué vestirnos (lTim 6,8).
2Y deben gozarse cuando conviven con gente de baja condición y despreciada, con los pobres y débiles, y con los enfermos y leprosos, y con los mendigos de los caminos.
3Y, cuando sea menester, vayan por limosna. 4Y no se avergüencen, y más bien recuer-den que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios vivo omnipotente puso su faz como piedra durí-sima (Is 50,7) y no se avergonzó; 5y fue pobre y huésped, vivió de limosna tanto El como la Virgen bienaventurada y sus discípulos. 6Y cuando los hombres los abochornan y no quieren darles li-mosna, den por ello gracias a Dios, pues por los bochornos padecidos recibirán un gran honor ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo. 7Y sepan que el bochorno no se imputa a los que lo padecen, sino a los que lo causan. 8Y la limosna es la herencia y justicia que se debe a los po-bres adquirida para nosotros por nuestro Señor Jesucristo.
9Y los hermanos que trabajan en su adquisición recibirán gran recompensa, y se la hacen ganar y adquirir a los que se la dan porque todo lo que dejen los hombres en el mundo se per-derá, pero tendrán el premio del Señor por la caridad y las limosnas que hicieron.
10Y manifieste confiadamente el uno al otro su propia necesidad, para que le encuentre lo necesario y se lo proporcione. 11Y cada uno ame y nutra a su hermano, como la madre ama y nutre a su hijo (cf. 1 Tes 2,7), en las cosas para las que Dios le diere gracia. 12Y el que no come, no juzgue al que come.
13Y, en caso de necesidad, séales lícito a todos los hermanos, dondequiera que estén, servirse de todos los manjares que pueden comer los hombres, como dice el Señor de David, el cual comió los panes de la ofrenda, que no estaba permitido comer sino a los sacerdotes (cf. Mt 12,4; Mc 2,26). 14Y recuerden lo que dice el Señor: Pero estad precavidos, no sea que vuestros corazones se emboten con la crápula y embriaguez y en las preocupaciones de esta vida, y os sobrevenga aquel repentino día; 15pues como un lazo caerá encima de todos los que habitan sobre la faz del orbe de la tierra (cf. Lc 21,34 - 35). 16Y, de modo semejante, en tiempo de mani-fiesta necesidad, obren todos los hermanos, en cuanto a las cosas que les son necesarias, según la gracia que les otorgue el Señor, porque la necesidad no tiene ley.
CAPÍTULO X
LOS HERMANOS ENFERMOS
1Si alguno de los hermanos, esté donde esté, cae enfermo, los otros hermanos no lo abandonen, sino desígnese un hermano o más, si fuere necesario, para que le sirvan como que-rrían ellos ser servidos (cf. Mt 7,12); 2pero, en caso de extrema necesidad, pueden dejarlo al cui-dado de alguna persona que esté obligada a atenderle en su enfermedad.
3Y ruego al hermano enfermo que por todo dé gracias al Creador, y que desee estar tal como el Señor le quiere, sano o enfermo, porque a todos los que Dios ha predestinado para la vida eterna (cf. Hch 13,48) los educa con los estímulos de los azotes y de las enfermedades y con el espíritu de compunción, como dice el Señor: A los que yo amo, los corrijo y castigo (Ap 3,19).
4Y si alguno se turba o se irrita contra Dios o contra los hermanos, o si quizá pide con an-sia medicinas, preocupado en demasía por la salud de la carne, que no tardará en morir y es enemiga del alma, esto le viene del maligno, y él es carnal, y no parece ser de los hermanos, porque ama más el cuerpo que el alma.
CAPÍTULO XI
LOS HERMANOS NO INSULTEN NI DIFAMEN, SINO ÁMENSE MUTUAMENTE
1Y guárdense todos los hermanos de calumniar y de contender de palabra (cf. 2Tim 2,14); 2más bien, empéñense en callar, siempre que Dios les dé la gracia. 3Ni litiguen entre sí ni con otros, sino procuren responder humildemente, diciendo: Soy un siervo inútil (cf. Lc 17,10). 4Y no se airen, porque todo el que se deja llevar de la ira contra su hermano será condenado en juicio; el que dijere a su hermano: Raca, será condenado por la asamblea; el que le dijere: Fa-tuo, será condenado a la gehena de fuego (Mt 5,22).
5Y ámense mutuamente, como dice el Señor: Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado (Jn 15,12). 6Y muestren con obras (cf. St 2,18) el amor que se tienen mutuamente, como dice el apóstol: No amemos de palabra y de boca, sino de obra y de verdad ( 1Jn 7 - 8 3,18). 7Y a nadie insulten (cf. Tit 3,2); 8no murmuren ni difamen a otros, por-que está escrito: Los murmurones y difamadores son odiosos para Dios (cf. Rm 1,29). 9Y sean me-surados, mostrando una total mansedumbre para con todos los hombres (cf. Tit 10 - 11 3,2); 10no juzguen, no condenen. 11Y, como dice el Señor, no reparen en los pecados más pequeños de los otros (cf. Mt 7,3; Lc 6,41), 12sino, más bien, recapaciten en los propios en la amargura de su alma (Is 38,15). 13Y esfuércense en entrar por la puerta angosta (Lc 13,24), porque dice el Señor: An-gosta es la puerta, y estrecha la senda que lleva a la vida y son pocos los que la encuentran (Mt 7,14).
CAPÍTULO XII
LAS MALAS MIRADAS Y EL TRATO CON MUJERES
1Todos los hermanos, dondequiera que estén o vayan guárdense de las malas miradas y del trato con mujeres. 2Y ninguno se entretenga en consejos con ellas, o con ellas vaya solo de camino, o coma a la mesa del mismo plato. 3Los sacerdotes hablen honestamente con ellas cuando les dan la penitencia u otro consejo espiritual. 4Y ninguna mujer en absoluto sea recibida a la obediencia por algún hermano, sino que, una vez aconsejada espiritualmente, haga penitencia donde quiera. 5Y estemos todos muy alerta y mantengamos puros todos nuestros miem-bros, porque dice el Señor: Quien mira a la mujer para apetecerla, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón (Mt 5,28). 6Y el Apóstol: ¿Es que ignoráis que vuestros miembros son tem-plo del Espíritu Santo? (cf. 1 Co 6,19) así, pues, al que violare el templo de Dios, Dios lo destruirá (1 Co 3,17).
CAPÍTULO XIII
EVITAR LA FORNICACIÓN
1Si, por instigación del diablo, fornicare algún hermano sea despojado del hábito, que ha perdido por su torpe pecado, y déjelo del todo y sea expulsado absolutamente de nuestra Religión. 2Y haga después penitencia de sus pecados.
CAPÍTULO XIV
CÓMO HAN DE IR LOS HERMANOS POR EL MUNDO
1Cuando los hermanos van por el mundo, nada lleven para el camino: ni bolsa, ni alforja, ni pan, ni pecunia, ni bastón (cf. Lc 9,3; 10,4; Mt 10,10). 2Y en toda casa en que entren digan primero: 3Paz a esta casa. Y, permaneciendo en la misma casa, coman y beban lo que haya en ella (cf. Lc 10,5.7). 4No resistan al mal, sino a quien les pegue en una mejilla, vuélvanle también la otra (cf. Mt 5,39). 5Y a quien les quita la capa, no le impidan que se lleve también la túnica. 6Den a todo el que les pida; y a quien les quita sus cosas, no se las reclamen (cf. Lc 6,29 - 30).
CAPÍTULO XV
LOS HERMANOS NO CABALGUEN
1Impongo a todos mis hermanos, tanto clérigos como laicos, que, cuando van por el mundo o residen en lugares, de ningún modo tengan bestia alguna ni consigo, ni en casa de otro, ni de ningún otro modo. 2Ni les sea permitido cabalgar, a no ser que se vean obligados por la enfermedad o por una gran necesidad.
CAPÍTULO XVI
LOS QUE VAN ENTRE SARRACENOS Y OTROS INFIELES
1Dice el Señor: He aquí que os envío como ovejas en medio de lobos. 2Sed, pues, pru-dentes como serpientes y sencillos como palomas (Mt 10,16).
3Así pues, cualquier hermano que, por divina inspiración, quiera ir entre sarracenos u otros infieles, vaya con la licencia de su ministro y siervo. 4Y el ministro deles licencia y no se la niegue, si los ve idóneos para ser enviados; pues tendrá que dar cuenta al Señor (cf. Lc 16,2) si en esto o en otras cosas procede sin discernimiento.
5Y los hermanos que van, pueden comportarse entre ellos espiritualmente de dos modos. 6Uno, que no promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a toda criatura por Dios (1 Pe 2,13) y confiesen que son cristianos. 7Otro, que, cuando les parezca que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios para que crean en Dios omnipotente, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador, y para que se bauticen y hagan cristianos, porque, a menos que uno renazca del agua y el Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios (cf. Jn 3,5).
8Esto y otras cosas que agraden al Señor pueden decirles tanto a ellos como a otros, porque dice el Señor en el Evangelio: A todo aquel que me confesare delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre, que está en los cielos (Mt 9 10,32). 9Y: Si uno se avergüenza de mí y de mis palabras, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con su gloria, con la del Padre y la de los ángeles (cf. Lc 9,26).
10Y todos los hermanos, dondequiera que estén, recuerden que se dieron y abandonaron sus cuerpos al Señor Jesucristo. 11Y por su amor deben exponerse a los enemigos tanto visibles como invisibles; porque dice el Señor: Quien pierda su alma por mí causa, la salvará (cf. Lc 9,24) para la vida eterna (Mt 25,46). 12Dichosos los que padecen persecución por la justicia porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,10). 13Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perse-guirán (Jn 15,20). 14Y: Si os persiguen en una ciudad, huid a otra (cf. Mt 10,23). 15Dichosos sois cuando os odien los hombres, y os maldigan, y os persigan, y os excomulguen y reprueben, y rechacen vuestro nombre como malo, y cuando os achaquen todo mal calumniándoos por mi causa. 16Alegraos en aquel día y regocijaos (Mt 5,11; Lc 6,22-23), porque vuestra recompensa es mucha en los cielos. 17Y yo os digo a vosotros mis amigos: no les cojáis miedo (cf. Lc 12,4), 18y no tengáis miedo a los que matan el cuerpo (Mt 10,28) y ,después de esto no tienen más que hacer (Lc 12,4). 19Mirad, no os turbéis (Mt 24,6). 20Pues en vuestra paciencia poseeréis vuestras almas (Lc 21,19), 21y el que perseverare hasta el fin, éste se salvará (Mt 10,22; 24,13).
CAPÍTULO XVII
LOS PREDICADORES
1Ningún hermano predique sino conforme a las disposiciones de la santa Iglesia y si no se lo ha concedido su ministro. 2Y guárdese el ministro de concedérselo sin discernimiento a nadie.
3Pero todos los hermanos prediquen con las obras. 4Y ningún ministro o predicador se apropie el ser ministro de los hermanos o el oficio de la predicación; de forma que, en cuanto se lo impongan, abandone su oficio sin replica alguna.
5Por lo que, en la caridad que es Dios (cf. 1 Jn 4,16), ruego a todos mis hermanos, predi-cadores, orantes, trabajadores, tanto clérigos como laicos, 6que procuren humillarse en todo no gloriarse ni gozarse en si mismos, ni exaltarse interiormente de las palabras y obras buenas; más aún, de ningún bien que Dios hace o dice y obra alguna vez en ellos y por ellos, según lo que dice el Señor: Pero no os alegréis de que los espíritus os estén sometidos (Lc 10, 20).
7Y tengamos la firme convicción de que a nosotros no nos pertenecen sino los vicios y pecados. 8Y más debemos gozarnos cuando nos veamos asediados de diversas tentaciones (cf. St 1,2) y al tener que sufrir en este mundo toda clase de angustias o tribulaciones de alma o de cuerpo por la vida eterna.
9Guardémonos, pues, todos los hermanos de toda soberbia, y vanagloria, 10y defendá-monos de la sabiduría de este mundo y de la prudencia de la carne (Rm 8,6), 11ya que el espíritu de la carne quiere y se esfuerza mucho por tener palabras, pero poco por tener obras, 12y busca no la religión y santidad en el espíritu interior, sino que quiere y desea tener una religión y santi-dad que aparezca exteriormente a los hombres. 13Y estos son aquellos de quienes dice el Señor: En verdad os digo, recibieron su recompensa (Mt 6,2). 14El espíritu del Señor, en cambio, quiere que la carne sea mortificada y despreciada, tenida por vil y abyecta. 15Y se afana por la humil-dad y la paciencia, y la pura y simple y verdadera paz del espíritu. 16Y siempre desea, más que nada, el temor divino y la divina sabiduría, y el divino amor del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
17Y restituyamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que to-dos son suyos, y démosle gracias por todos ellos, ya que todo bien de El procede. 18Y el mismo altísimo y sumo, solo Dios verdadero, posea, a El se le tributen y El reciba todos los honores y re-verencias, todas las alabanzas y bendiciones, todas las acciones de gracias y la gloria; suyo es todo bien; sólo El es bueno (cf. Lc 18,19).
19Y, si vemos u oímos decir o hacer mal o blasfemar contra Dios, nosotros bendigamos, hagamos bien y alabemos a Dios (cf. Rm 11,21), que es bendito por los siglos (Rm 1,25)
CAPÍTULO XVIII
REUNIONES DE LOS MINISTROS
1Cada ministro podrá reunirse con sus hermanos una vez por año, en la fiesta de San Mi-guel Arcángel, y donde mejor les parezca, para tratar de las cosas que se refieren a Dios. 2Y todos los ministros, los de ultramar y los ultramontanos una vez cada tres años, y los demás una vez al año, vendrán al Capítulo de Pentecostés junto a la iglesia de Santa María de la Porciúncu-la, a no ser que el ministro y siervo de toda la fraternidad haya determinado otra cosa.
CAPÍTULO XIX
LOS HERMANOS VIVAN CATÓLICAMENTE
1Todos los hermanos sean católicos, vivan y hablen católicamente. 2Pero, si alguno se aparta de la fe y vida católica en dichos o en obras y no se enmienda, sea expulsado absolu-tamente de nuestra fraternidad. 3Y a todos los clérigos y a todos los religiosos tengámoslos por señores en las cosas que miran a la salud del alma y que no se desvían de nuestra Religión, y veneremos en el Señor su orden y oficio y su ministerio.
CAPÍTULO XX
LA PENITENCIA Y LA RECEPCIÓN DEL CUERPO Y SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
1Y mis hermanos benditos, tanto clérigos como laicos, confiesen sus pecados a sacerdo-tes de nuestra Religión. 2Y, si no pueden, confiésenlos a otros sacerdotes discretos y católicos, con la firme convicción y la advertencia de que quedarán absueltos de verdad de sus peca-dos, cualesquiera sean los sacerdotes católicos de quienes hayan recibido la penitencia y abso-lución, si procuran cumplir humilde y fielmente la penitencia que les haya sido impuesta.
3Pero, si entonces no pudieren tener a mano un sacerdote, confiésenlos a un hermano suyo, como dice el apóstol Santiago: Confesaos los pecados unos a otros (St 5,16). 4Sin que de-jen por eso de acudir al sacerdote, porque sólo a los sacerdotes se les ha concedido el poder de atar y desatar. 5Y, contritos y confesados de este modo, reciban con gran humildad y vene-ración el cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, recordando lo que el Señor dice: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna (Jn 6,54); 6y: Haced esto en memoria mía (Lc 22,19).
CAPÍTULO XXI
EXHORTACIÓN QUE PUEDEN HACER TODOS LOS HERMANOS
1Y esta o parecida exhortación y alabanza pueden proclamar todos mis hermanos, siem-pre que les plazca, ante cualesquiera hombres, con la bendición de Dios:
2Temed y honrad, alabad y bendecid, dad gracias (1 Tes 5,18) y adorad al Señor Dios omnipotente en Trinidad y Unidad, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, creador de todas las cosas. 3Haced penitencia (cf. Mt 3,2), haced frutos dignos de penitencia (cf. Lc 3,8), que presto mori-remos. 4Dad, y se os dará. 5Perdonad, y se os perdonará (cf. Lc 6,37-38). 6Y, si no perdonáis a los hombres sus pecados (Mt 6,14), el Señor no os perdonará los vuestros (Mc 11,25); confesad todos vuestros pecados (cf. St 5,16). 7Dichosos los que mueren en penitencia, porque estarán en el reino de los cielos. 8¡Ay de aquellos que no mueren en penitencia, porque serán hijos del diablo (1Jn 3,10), cuyas obras hacen (cf. Jn 8,41), e irán al fuego eterno! (Mt 18,8; 25,41). 9Guardaos y absteneos de todo mal y perseverad hasta el fin en el bien.
CAPÍTULO XXII
AMONESTACIÓN DE LOS HERMANOS
1Prestemos atención todos los hermanos a lo que dice el Señor: Amad a vuestros enemi-gos y haced el odien a los que os odian (cf. Mt 5,44), 2pues nuestro Señor Jesucristo, cuyas hue-llas debemos seguir (cf. 1 Pe 2,21), llamó amigo al que lo entregaba (cf. Mt 26,50) y se ofreció espontáneamente a los que lo crucificaron. 3Son, pues, amigos nuestros todos los que injusta-mente nos causan tribulaciones y angustias, sonrojos e injurias, dolores y tormentos, martirio y muerte; 4y los debemos amar mucho, ya que por lo que nos hacen obtenemos la vida eterna.
5Y odiemos nuestro cuerpo con sus vicios y pecados, porque, viviendo nosotros carnal-mente, quiere el diablo arrebatarnos el amor de nuestro Señor Jesucristo y la vida eterna, y per-derse con todos en el infierno; 6pues nosotros, por nuestra culpa, somos hediondos, míseros y opuestos al bien, y, en cambio, prestos e inclinados al mal; 7porque, como dice el Señor en el Evangelio, del corazón proceden y salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicacio-nes, los homicidios, los hurtos, la avaricia, la maldad, el fraude, la impureza, la envidia, los falsos testimonios, las blasfemias, la insensatez (cf. Mc 7,21; Mt 15,10). 8Todas estas maldades salen de dentro, del corazón del hombre (cf. Mc 7,73), y estas son las que manchan al hombre (Mt 15,20).
9Ahora bien, después que hemos abandonado el mundo, ninguna otra cosa hemos de hacer sino seguir la voluntad del Señor y agradarle. 10Guardémonos mucho de ser el terreno junto al camino, o el pedregoso, o el espinoso, 11según lo que dice el Señor en el Evangelio:
12La semilla es la palabra de Dios. Y la que cayó junto al camino, y fue pisoteada, son los que oyen la palabra y no la entienden; 13y en seguida viene el diablo y roba lo que ha sido sembrado en sus corazones y quita de sus corazones la palabra, no sea que creyendo se salven. 14Y la que cayó en el terreno pedregoso son los que, al escuchar la palabra, la acogen en se-guida con alegría. 15Pero, cuando surge la tribulación y la persecución a causa de la palabra, inmediatamente se escandalizan, y éstos no tienen en sí mismos raíces, sino que son temporeros, pues creen por algún tiempo, pero en el momento de la prueba se retiran. 16Y la que cayó entre espinas son aquellos que escuchan la palabra de Dios; pero la solicitud y las fatigas de este siglo, y las seducciones de la riqueza, y las concupiscencias de las demás cosas que les penetran, ahogan la palabra y ellos se tornan infructuosos. 17Y la sembrada en buen terreno son aquellos que, escuchando la palabra con corazón bueno y óptimo, la entienden y la retienen, y produ-cen fruto en la paciencia (Mt 13,19-23; Mc 4,15-19; Lc 18 8,11-15). 18Y por eso, nosotros, herma-nos, como dice el Señor, dejemos que los muertos sepulten a sus muertos (Mt 8,22).
19Y guardémonos mucho de la malicia y astucia de Satanás, que quiere que el hombre no tenga su mente y su corazón vueltos a Dios. 20Y, acechando en torno, desea apoderarse del corazón del hombre, so pretexto de alguna merced o favor, y ahogar la palabra y los preceptos del Señor borrándolos de la memoria, y quiere cegar, por medio de negocios y cuidados secula-res, el corazón del hombre, y habitar en él, como dice el Señor: 21Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, camina por lugares áridos y secos buscando el reposo; y al no hallarlo dice: 22Retornaré a mi casa, de donde salí. 23Y al venir la halla desocupada, barrida y arreglada. 24Y va y toma a otros siete espíritus peores que él, y entrando habitan allí; y son las postrimerías de aquel hombre peores que los principios (Mt 12,43-44; Lc 11,24.26).
25Por eso, pues, todos los hermanos estemos muy vigilantes, no sea que, so pretexto de alguna merced, o quehacer, o favor, perdamos o apartemos del Señor nuestra mente y cora-zón. 26Antes bien, en la santa caridad que es Dios (cf. 1Jn 4,16), ruego a todos los hermanos, tanto a los ministros como a los otros, que, removido todo impedimento y pospuesta toda pre-ocupación y solicitud, como mejor puedan, sirvan, amen, honren y adoren al Señor Dios, y háganlo con limpio corazón y mente pura, que es lo que El busca por encima de todo; 27y hagamos siempre en ellos habitación y morada (cf. Jn 14,23) a Aquel que es el Señor Dios omni-potente, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, que dice: Vigilad, pues, orando en todo tiempo, para que seáis considerados dignos de rehuir todos los males que han de venir y de estar en pie ante el Hijo del hombre (Lc 21,36). 28Y, cuando os pongáis en pie para orar (Mc 11,25), decid: Padre nuestro, que estás en los cielos (Mc 11,25 Mt 6,9).
29Y adorémosle con puro corazón, porque es preciso orar siempre y no desfallecer (Lc 18,1); 30pues tales son los adoradores que el Padre busca. 31Dios es espíritu, y los que lo adoran es preciso que lo adoren en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23-24). 32Y recurramos a El como al pastor y obispo de nuestras almas (1 Pe 2,25), que dice: Yo soy el buen pastor, que apaciento a mis ovejas y por mis ovejas doy mi vida. 33Todos vosotros sois hermanos; 34y entre vosotros no llaméis a nadie padre sobre la tierra, pues uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. 35Tampoco os llaméis maestros, pues uno es vuestro maestro, el que está en los cielos (cf. Mt 23,8-10). 36Si per-manecéis en mí y permanecen mis palabras en vosotros, pedid cuanto queráis, y se os dará (Jn 15,17). 37Donde hay dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20). 38Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (Mt 28,20). 39Las palabras que os he hablado, espíritu y vida son (Jn 6,63). 40Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).
41Atengámonos, pues, a las palabras, vida y doctrina y al santo Evangelio de quien se dignó rogar por nosotros a su Padre y manifestarnos su nombre, diciendo: Padre, esclarece tu nombre (Jn 12,28) y esclarece a tu Hijo, para que tu Hijo te esclarezca. 42Padre, he manifestado tu nombre a los hombres que me diste; porque les he dado las palabras que tú me diste, y ellos las han aceptado y han conocido que salí de ti y han creído que tú me enviaste. 43Yo ruego por ellos; no por el mundo, 44sino por los que me diste, porque son tuyos y todas mis cosa son tuyas. 45Padre santo, guarda en tu nombre a los que me diste, para que ellos sean uno, como también lo somos nosotros. 46Hablo estas cosas en el mundo para que tengan gozo en sí mismos. 47Yo les he dado tu mensaje; y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 48No ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del mal. 49Enzálzalos en la verdad. 50Tu mensaje es la verdad. 51Como tú me enviaste al mundo, también yo los he enviado al mundo. 52Y por ellos me consagro a m mismo, para que sean ellos consagrados en la verdad. 53No ruego sólo por éstos, sino por aquellos que han de creer en mí por tu palabra, que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que tú me enviaste y los amaste, como me amaste a mí. 54Y les haré conocer tu nombres para que el amor con que me amaste este en ellos y yo en ellos. 55Padre, quiero que los que tú me entregaste estén ellos también contigo don-de yo estoy para que contemplen tu gloria (Jn 17,1.6.8-11.13-15,17-20.23-24.26) en tu reino. Amén
CAPÍTULO XXIII
ORACIÓN Y ACCIÓN DE GRACIAS
1Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey de cielo y tie-rra (cf. Mt 11,25), te damos gracias por ti mismo, pues por tu santa voluntad, y por medio de tu único Hijo con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y corporales, y a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos colocaste en el paraíso (cf. Gn 1,26; 2,15). 2Y nosotros caí-mos por nuestra culpa.
3Y te damos gracias porque, al igual que nos creaste por tu hijo, así, por el santo amor con que nos amaste (cf. Jn 17,26), quisiste que El, verdadero Dios y verdadero hombre naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima Santa María, y quisiste que nosotros, cautivos, fuéramos redimidos por su cruz, y sangre, y muerte.
4Y te damos gracias porque este mismo Hijo tuyo ha de venir en la gloria de su majestad a arrojar al fuego eterno a los malditos, que no hicieron penitencia y no te conocieron a ti, y a decir a todos los que te conocieron y adoraron y te sirvieron en penitencia: Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino que os está preparado desde el origen del mundo (cf. Mt 25, 34).
5Y porque todos nosotros, míseros y pecadores, no somos dignos de nombrarte, implora-mos suplicantes que nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo amado, en quien has hallado complacen-cia (cf. Mt 17,5), que te basta siempre para todo y por quien tantas cosas nos has hecho, te dé gracias de todo junto con el Espíritu Santo Paráclito como a ti y a El mismo le agrada. ;Aleluya!
6Y a la gloriosa madre y beatísima siempre Virgen María, a los bienaventurados Miguel, Gabriel y Rafael y a todos los coros de los bienaventurados serafines, querubines, tronos domi-naciones, principados, potestades, virtudes, ángeles arcángeles; a los bienaventurados Juan Bautista, Juan Evangelista, Pedro, Pablo y a los bienaventurados patriarcas, profetas, inocentes, apóstoles, evangelistas, discípulos, mártires, confesores, vírgenes; a los bienaventurados Elías y Enoc y a todos los santos que fueron, y serán, y son, les suplicamos humildemente, por tu amor, que, como te agrada, por estas cosas te den gracias a ti, sumo Dios verdadero, eterno y vivo, con tu queridísimo Hijo nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu Santo Paráclito, por los siglos de los siglos, Amén. ¡Aleluya!
7Y a cuantos quieren servir al Señor Dios en el seno de la santa Iglesia católica y apostóli-ca y a todos los órdenes siguientes: sacerdotes, diáconos, subdiáconos, acólitos, exorcistas, lec-tores, ostiarios y a todos los clérigos; a todos los religiosos y religiosas, a todos los conversos y pe-queños, a los pobres e indigentes, reyes y príncipes, artesanos y agricultores, siervos y señores, a todas las vírgenes y viudas y casadas, laicos, varones y mujeres, a todos los niños, adolescentes, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, a todos los pequeños y grandes, y a todos los pueblos, gentes, tribus y lenguas (cf. Ap 7,9), a todas las naciones y a todos los hombres de cualquier lugar de la tierra que son y serán, humildemente les rogamos y suplicamos todos nosotros, her-manos menores, siervos inútiles (Lc 17,10), que todos perseveremos en la verdadera fe y peni-tencia, porque de otro modo nadie se puede salvar.
8Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda la fuerza (cf. Mc 12,30) y poder, con todo el entendimiento, con todas las energías, con todo el empeño, con todo el afecto, con todas las entrañas, con todos los deseos y quereres, al Señor Dios (Mc 12,30.33; Lc 10,27), que nos dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida, que nos creó, nos redimió y por sola su misericordia nos salvará (cf. Tb 13, 5); que nos ha hecho y hace todo bien a nosotros, miserables y míseros, pútridos y hediondos, ingratos y malos.
9Ninguna otra cosa, pues, deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos agrade y deleite, sino nuestro Creador, y Redentor, y Salvador, solo verdadero Dios, que es bien pleno, todo bien, bien total, verdadero y sumo bien; que es el solo bueno, piadoso, manso, suave y dulce; que es el solo santo, justo, veraz, santo y recto; que es el solo benigno, inocente, puro; de quien, y por quien, y en quien está todo el perdón, toda la gracia, toda la gloria de todos los penitentes y justos, de todos los bienaventurados que gozan juntos en los cielos.
10Nada, pues, impida, nada separe, nada adultere; 11nosotros todos, dondequiera, en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, todos los días y continuamente, creamos verdadera y humildemente y tengamos en el corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y sobreexaltemos, engrandezcamos y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno, trinidad y unidad, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos los que en El creen y esperan y lo aman; que sin principio y sin fin, es inmuta-ble, invisible, inenarrable, inefable, incomprensible, inescrutable (cf. Rm 11,33), bendito, loable, glorioso, sobreexaltado (cf. Dan 3,52), sublime, excelso, suave, amable, deleitable y sobre todas las cosas todo deseable por los siglos. Amén.
CAPÍTULO XXIV
CONCLUSIÓN
1¡En el nombre del Señor!
Ruego a todos los hermanos que aprendan el tenor y sentido de las cosas que están es-critas en esta vida para la salvación de nuestra alma, y que las traigan frecuentemente a la memoria.
2Y suplico a Dios que El mismo, que es omnipotente, trino y uno, bendiga a todos los que enseñan, aprenden, tienen, recuerdan y practican estas cosas, cuantas veces repiten y hacen las cosas que aquí están escritas para la salud de nuestra alma; 3e imploro a todos, besándoles los pies, que las amen mucho, las custodien y las pongan a buen recaudo.
4Y de parte de Dios omnipotente y del señor papa y por obediencia, yo, el hermano Francisco, mando firmemente e impongo que en estas cosas que han sido escritas en esta vida, nadie suprima ni sobreescriba nada, ni tengan los hermanos otra regla.
5Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, como era en el principio, y ahora, y siempre por los siglos de los siglos. Amén.
REGLA BULADA (Rb)
CAPÍTULO I
¡EN EL NOMBRE DEL SEÑOR! COMIENZA LA VIDA DE LOS HERMANOS MENORES
1La regla y vida de los hermanos menores es ésta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo viviendo en obediencia. sin nada propio y en castidad.
2El hermano Francisco promete obediencia y reverencia al señor papa Honorio y a sus sucesores canónicamente elegidos y a la Iglesia romana. 3Y los otros hermanos estén obligados a obedecer al hermano Francisco y a sus sucesores.
CAPÍTULO II
LOS QUE QUIEREN TOMAR ESTA VIDA Y CÓMO HAN DE SER RECIBIDOS
1Si algunos quieren tomar esta vida y vienen a nuestros hermanos, remítanlos a sus minis-tros provinciales, a ellos solamente, y no a otros, se conceda la licencia de recibir hermanos.
2Y los ministros examínenlos diligentemente sobre la fe católica y los sacramentos de la Iglesia. 3Y si creen todo esto, y quieren profesarlo fielmente, y guardarlo firmemente hasta el fin, 4y no tienen mujeres -o, en el caso de tenerlas, también las mujeres han entrado ya en monaste-rio, o les han dado la licencia con la autorización del obispo diocesano, emitido ya el voto de continencia y siendo las mujeres de edad tal que de ellas no pueda originarse sospecha-, 5díganles la palabra del santo Evangelio (cf. Mt 19;21): que vayan y vendan todo lo suyo y pro-curen distribuírselo a los pobres. 6Y, si no pueden hacerlo, les es suficiente la buena voluntad.
7Y guárdense los hermanos y sus ministros de tener solicitud por las cosas temporales de ellos, a fin de que hagan libremente de las mismas cuanto el Señor les inspire. 8Con todo, si se requiere un consejo, están autorizados los ministros para remitirlos a algunas personas temerosas de Dios, con cuyo consejo distribuyan sus bienes a los pobres.
9Después, concédanles las prendas del tiempo de la probación; o sea: dos túnicas sin capucha, y cordón, y calzones, y capotillo hasta el cordón; 10a no ser que a los mismos ministros les parezca alguna vez otra cosa según Dios.
11Y, cumplido el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo guardar siempre esta vida y regla. 12Y de ningún modo les estará permitido salir de esta Religión, según el mandato del señor Papa; 13porque, según el santo Evangelio, ninguno que pone mano al arado y mira atrás es apto para el reino de Dios (Lc 9,62).
14Y los que ya han prometido obediencia, tengan una túnica con capucha y otra sin capucha los que quieran tenerla. 15Y quienes están apremiados por la necesidad pueden llevar calzado. 16Y todos los hermanos vistan ropas viles y puedan, con la bendición de Dios, remendar-las de sayal y de otros retales.
17Amonesto y exhorto a todos ellos a que no desprecien ni juzguen a quienes ven que se visten de prendas muelles y de colores y que toman manjares y bebidas exquisitos; al contrario, cada uno júzguese y despréciese a sí mismo.
CAPÍTULO III
EL OFICIO DIVINO, EL AYUNO Y CÓMO HAN DE IR LOS HERMANOS POR EL MUNDO
1Los clérigos cumplan con el oficio divino según la ordenación de la santa Iglesia roma-na, a excepción del salterio, 2desde que puedan tener breviarios. 3Y los laicos digan veinticuatro padrenuestros por maitines; por laudes, cinco; por prima, tercia, sexta y nona, por cada una de estas horas, siete, por vísperas, doce, y por completas, siete. 4Y oren por los difuntos.
5Y ayunen desde la fiesta de Todos los Santos hasta la Navidad del Señor. 6Sin embargo, la santa cuaresma que comienza en la Epifanía y se prolonga cuarenta días continuos, la que el Señor consagró con su santo ayuno (cf. Mt 4,2), los que la ayunen voluntariamente, sean bendi-tos del Señor, y los que no quieren ayunarla no sean obligados; 7pero la otra, que dura hasta la Resurrección del Señor, ayúnenla. 8En otros tiempos, en cambio, no están obligados a ayunar sino los viernes. 9Con todo, en tiempo de manifiesta necesidad no están obligados los hermanos al ayuno corporal.
10Aconsejo, amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo a mis hermanos que, cuando van por el mundo, no litiguen ni contiendan de palabra (cf. 2Tim 2,14) ni juzguen a otros; 11sino sean apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes, hablando a todos decorosamente, como conviene. 12Y no deben cabalgar sino apremiados por una manifiesta necesidad o enfermedad. 13En toda casa en que entren digan primero: 14Paz a esta casa (cf. Lc 10,5). Y les está permitido, según el santo Evangelio, comer de todos los manjares que se les sirven (cf. Lc 10,8).
CAPÍTULO IV
LOS HERMANOS NO RECIBAN DINERO
1Mando firmemente a todos los hermanos que de ningún modo reciban dinero o pecu-nia ni por sí mismos ni por intermediarios. 2Sin embargo, únicamente los ministros y custodios pro-vean con cuidado solícito, por medio de amigos espirituales, a las necesidades de los enfermos y al vestido de los hermanos, teniendo en cuenta los lugares, las épocas y las regiones frías, co-mo vean que lo aconseja la necesidad; 3dejando siempre a salvo, como se ha dicho, el no reci-bir dinero o pecunia.
CAPÍTULO V
MODO DE TRABAJAR
1Aquellos hermanos a quienes ha dado el Señor la gracia del trabajo, trabajen fiel y de-votamente, 2de forma tal, que, evitando el ocio, que es enemigo del alma, no apaguen el espíri-tu (1 Tes 5,19) de la santa oración y devoción, a cuyo servicio deben estar las demás cosas tem-porales. 3Y como remuneración del trabajo acepten, para sí y para sus hermanos las cosas ne-cesarias para la vida corporal, pero no dinero o pecunia; 4y esto háganlo humildemente, como corresponde a quienes son siervos de Dios y seguidores de la santísima pobreza. |